La determinación y el poderoso oficio de El Juli, que paseó por ello el único trofeo de la tarde, salvaron en parte una corrida condenada al vacío por el descastadísimo y nulo juego de los toros de Garcigrande que se lidiaron ayer en la plaza de la Maestranza de Sevilla.

La fina y persistente lluvia que no cesó en toda la tarde empezó ya desde el paseíllo a aguar la fiesta de una de las corridas que más expectación había despertado en todo el abono abrileño, por la presencia en el cartel de tres toreros que, no en vano, han logrado poner el cartel de «no hay billetes» en las taquillas.

Pero lo que realmente fue abocando, clarinazo a clarinazo, la corrida hacia la nada fue el vacío de raza de una corrida de los dos hierros de Domingo Hernández, en la que entraron varios toros de excesivo volumen, peso y alzada pero sin un gramo de casta que sumar a la báscula.

En los cuatro primeros turnos apenas hubo un sobresalto, ni un leve pico de emoción, salvo en algunos pasajes de la faena de El Juli al segundo, un mostrencón mansote de 632 kilos al que tuvo que acosar para que le plantara cara y le diera un puñado de embestidas que él apuró con tanta suficiencia como medido brillo.

El esperado Morante de la Puebla pasó prácticamente inédito con un primero afligido y sin celo alguno y un cuarto que paró de dar cabezazos en el breve intento de faena del sevillano, resignado ya a la nada en cuanto tocaron a matar.

Tampoco Alejandro Talavante pudo sacar más que una limpia y asentada serie de muletazos al tercero, justo lo que duró la mínima entrega del animal. Y así se fue yendo la tarde por el sumidero hasta que salió el quinto, precisamente el más terciado y de menos peso de la corrida.

Quizá por eso se movió y duró más el de Gacigrande, aunque para mantener sus justas virtudes contó sobremanera la determinación de El Juli, que ya lo meció suavemente a la verónica, tanto en el saludo como en el quite posterior. Apenas picado por Barroso, que levantó el palo en los dos encuentros, el toro tuvo suficiente fuelle, que no clase ni verdadera entrega, para aguantar los exigentes y poderosos muletazos de El Juli, que le bajó la mano en todo momento, llevándole sometido y largo, a pesar de que la continuidad del animal fue más que dudosa.

Pero el hecho es que el toro, con pausas y respiros bien administrados por el torero, aguantó, y mucho, para que el ambicioso maestro de Madrid, que fue el único que no perdió la fe, alargara su trasteo mas allá de lo que era previsible en busca de un trofeo ganado a pulso tras una de sus típicas estocadas a capón.

Se levantaron los ánimos, pues, durante unos minutos, durante los que el público salió de la húmeda nada de una tarde que en el sexto, un boyancón que no dio ni una sola arrancada a la muleta de Talavante, volvió a tomar el camino marcado hacía el vacío más absoluto.