El diestro Julián López El Juli exhibió ayer en Santander su talante de figura para cortar dos orejas y salir a hombros, en lo que fue la Puerta Grande de más quilates de lo que va de feria.

Se encapotó el cielo sobre un Cuatro Caminos que registró la mejor entrada de la Feria. Casi lleno. El Juli saludó al colorado primero, cómodo de cara y de lomos rectos, con un sedoso mazo de delantales de su personal cuño. Un puyacito trasero y basta, que el indicador de fuerzas marcaba que estaba en la reserva.

LA PRIMERA DE LA TARDE / Juli empezó llevándolo en línea, que no era cuestión de obligarlo al inicio, de apostarlo todo en la primera mano. Ya en la segunda serie a derechas empezó a arrebujarse con él y a traérselo a la cadera. Por naturales empezó a afligirse el toro, pero en una serie con sus pausas el mágico temple del madrileño edificó el milagro de tres naturales y el de pecho ligados, de cartel.

La siguiente de naturales fue de uno en uno, encajado el cuerpo y asentados los talones, muy despacio. Volvió a derechas para, desde el cite en la periferia, cuajar la ronda más engastada. La plaza crepitó con un circular que desembocó en cambio de mano. Lo pinchó y cobró la primera oreja del festejo.

Modestamente armado y algo chico fue el segundo, sobre todo en comparación con el espigado Perera, que se hartó de torearlo con el capote, quite por saltilleras incluido tras el trámite de varas conformado por un picotazo.

Tras la verticalidad del inicio muletero con los pases cambiados por la espalda en los medios, llegó el necesario retorcerse para llevarlo muy largo en una diestra irreprochable. Dos desarmes al natural interrumpieron la tendencia alcista que llevaba aquello.

Cuando volvió a la derecha ya el toro salía del muletazo mirando a los tendidos y desentendido. Lo mató de un espadazo hasta la bola que tardó en matar por trasero.

Acorde al tono oscuro de ruedo y cielo apareció por chiqueros el tercero, chorreado en verdugo, que cerraba los pitones romos. Iba y venía pero sin clase, sobre todo cuando intentó Roca Rey gobernar la revolucionada embestida con la mano izquierda.

El matador peruano se afanó en su intento de ajustar ritmos para remontar la sensación inicial de que aquello estaba algo deslavazado. Hubo series generosas en cantidad de muletazos y de calidades sólo medianas. Lo pinchó además y luego se le fue la mano a los bajos.

Se le planteó a Juli el problema de hacer frente a las desabridas y bruscas embestidas del cuarto. Un imposible. Se rebrincaba a trallazos. Tuvo el arrojo de echarle la tela adelante y tragarle muchísimo al natural. Tanto que casi lo ensarta en el pase de pecho.

Metafóricamente, se montó encima de él. Manos muy contadas en la historia del toreo serían capaces de llevar para adelante esa acometida asilvestrada y montaraz sin apenas un sólo tropiezo en la muleta.

MARISCAL DE CAMPO DEL TOREO / Los molinetes de rodillas para terminar de calentar la puchera santanderina. El Juli estuvo en genio, mariscal de campo de la tauromaquia. Un pinchazo hondo en la suerte natural y un descabello rubricaron la oreja y una merecida puerta grande. La de más quilates de la Feria.

Nada que ver el toro siguiente, que duró muchísimo en las manos de un Perera que estructuró su quehacer en dos fases: La de darle distancia y la de meterse entre los pitones. Más meritoria aquella, de muletazos muy profundos, sin acabar de templarlo por entero. Se le fue la mano a los sótanos con la espada.

El último llevaba la cara por las nubes y la empleó para lanzar ganchos a la muleta de Roca Rey, que no pudo imponerse.