FICHA DEL FESTEJO.- Seis toros, despuntados para rejones, de Fermín Bohórquez, de feas y desiguales hechuras y arboladuras, mansos, flojos, remisos a cualquier afrenta y rajándose también la gran mayoría. La excepción fue el segundo, más noble y colaborador que sus hermanos.

Hermoso de Mendoza, de chaqueta azul pavo y remates dorados: pinchazo y medio rejón caído y atravesado (silencio); y rejón trasero y dos descabellos (silencio).

Sergio Galán, de chaquetilla azul marengo: rejón fulminante (dos orejas); y pinchazo (oreja).

Lea Vicens, de chaquetilla fucsia: dos pinchazos y rejón trasero y cinco descabellos (ovación); y pinchazo, medio rejón muy trasero y descabello (oreja).

Trigésimo primera y penúltima de San Isidro. Lleno de "no hay billetes" (23.624 espectadores) en tarde calurosa.

El rejoneador Sergio Galán dictó ayer toda una lección de rejoneo auténtico, de clasicismo, pureza y valor, que le valió para cortar tres orejas a una mansada infame de Fermín Bohórquez, lo que le permitió abrir su octava Puerta Grande de Madrid, en una tarde en la que Lea Vicens obtuvo también un trofeo.

Con la última de rejones de San Isidro llegó un doble milagro. El primero, y más importante, el triunfo rotundo de Sergio Galán, que hizo toda una exhibición de clasicismo, pureza y valor para imponerse a una corrida mansa sin paliativos de Bohórquez, cortar tres orejas y lograr así la octava Puerta Grande de Madrid de toda su carrera.

A la puerta de chiqueros se fue Galán a recibir a su primero, toro noble, un punto flojito, pero con fuelle suficiente para que el conquense, que lo paró de manera magistral sobre Amuleto, firmara momentos de altísimo nivel con Ojeda, tanto en los galopes a dos pistas, llevándolo muy templado, cambios por los adentros y farpas de todo tipo, pero sin salirse de la ortodoxia. Esa fue la clave.

Hubo cites de punta a punta, otros más en corto, siempre de frente y, lo mejor de todo, clavando arriba y muy reunido. Los únicos “efectos especiales”, unas piruetas con Titán para acabar con dos cortas sobre Óleo. Faena de corte clásico, de mucha pureza y nada galerista, abrochada de manera fulminante con el rejón de muerte. Dos orejas sin discusión.

Y otro apéndice más logró Galán del quinto, toro descastado y sin fuelle, en la que tuvo que tirar de su versión más valiente, especialmente con Apolo, con el que arriesgó tela, haciéndolo todo muy en corto y brillando por encima de todo con dos pares a dos manos de categoría. La poca vida del animal quedó vista en que fue suficiente un pinchazo para darle muerte.

Un éxito sin discusión de un jinete en plenitud, eso por delante, pero, en contrarréplica, la tarde tuvo otro episodio que pudo haber acabado en tragedia si el patrón no llega a echar un capote para salvar a Lea Vicens y a su caballo Jazmín de un percance gordo en el tercero.

Fue cuando, al tratar de colocar una rosa en el epílogo de faena, el equino perdió pie dando tiempo a que el astado le alcanzara hasta acabar derribándolo. El golpetazo de ambos contra el suelo fue descomunal. Milagroso que nadie acabara herido.

UN ACCIDENTE / Antes del accidente tampoco hubo nada reseñable, principalmente porque fue éste un toro muy manso, que barbeó tablas de salida, buscando insistentemente la huida, hasta rajarse completamente. La amazona gala lo intentó de mil maneras, con mucha voluntad, hasta acabar atascándose con los aceros definitivos.

En el sexto rayó a buen nivel Vicens en una faena de entrega y compromiso ante otro “bohórquez” desfondado y moribundo, con el que brilló sobremanera en un “violín” por los adentros de mucho riesgo con Bético y dos “palos” de mucho ajuste con “Deseado”. No anduvo tampoco acertada en la suerte suprema, pero así y todo corto una oreja.

Hermoso, por su parte, pasó de puntillas en su único paseíllo en la feria con dos toros imposibles para el lucimiento. Una pena, porque, posiblemente, su presencia en el cartel fue lo hizo que se colgara el cartel de “no hay billetes” en taquilla.

Pero la gente se quedó con las ganas de verle, pues no pudo pasar de correcto con el manso y aplomado “parte plaza”, que se movió al paso hasta rajarse, quedando prácticamente inédito con el mulo que hizo cuarto, toro huido, reacio a la pelea y que acabó también refugiándose en la querencia.