Tres toros, casi cuatro, van ya en lo que va de feria que se van sin torear, sin contar otros tantos que hubo también en la de rejones de la víspera. Astados de claras opciones para el triunfo, que, a excepción de la que le cortó Morenito el pasado viernes, acabaron en el desolladero con las orejas puestas.

Quede dicho que aquel trofeo que logró el burgalés apenas contó por el bajo nivel que demostró con el de El Ventorrillo. Pero es que David Mora también anduvo muy por debajo del ejemplar de El Pilar que le cupo en suerte hace dos días.

Y ayer los que estuvieron a por uvas fueron Curro Díaz y López Simón, que protagonizaron una de sus peores tardes en esta plaza, si no la peor, por la desangelada imagen que mostraron y por no haber sido capaces de aprovechar las notables posibilidades que le brindaron los dos toros más propicios de la corrida.

El más damnificado fue, sin duda, Curro Díaz, que lejos de ese concepto de suavidad, cadencia y torería tan característico en él, se le vio demasiado tensionado y apresurado a la hora de interpretar un toreo periférico, sin pulso ni reunión, y de medios pases a izquierdas a toda velocidad a un toro bravo y bueno, el cuarto, con el que recorrió mucha plaza y no llegó a ligar ni una sola tanda.

No fue faena ni de «pingüi», que suele decirse cuando no se pasa de los inconsistentes detalles pintureros, pues ayer Díaz estuvo muy lejos de lo que suele ofrecer en una plaza tan crucial en su carrera, de ahí la división de opiniones que obtuvo, en las antípodas de la ovación que se llevó Escandoloso en el arrastre.

En su enclasado y blandengue primero, en cambio, sí dejó detalles más consistentes, sobre todo un ramillete verónicas y unos cuantos pases sueltos. Lo peor aquí fue el tabacazo que cobró su subalterno Manuel Muñoz, herido en el muslo al perder pie tras un par de banderillas.

Y otro que anduvo ayer más perdido que el barco del arroz, que se diría en tierras gaditanas, fue López Simón, totalmente descentrado con un tercero flojito pero con muy buen fondo, con el que se fue diluyendo a medida que los tendidos le censuraban su constante mala colocación y al que no pegó ni un solo pase en condiciones. En el muy deslucido sexto, en cambio, no pudo hacer nada.

Completaba el cartel Paco Ureña, que, tras estrellarse con un primero sin fortaleza alguna, se libró de milagro de un cornalón en el quinto, que lo empotró contra las tablas al no darle tiempo a tomar el olivo después hacerle un extraño en el capote.

Pudo haberlo reventado, mas todo quedó en un golpetazo en la rodilla, del que quedó renqueante durante una de faena de actitud y arrestos ante un animal moribundo y aplomado en el último tercio.