López Simón estuvo echo un tío con su primero, al que quitó por ceñidas chicuelinas antes de que Vicente Osuna dejara dos muy buenos pares de banderillas, aún sin llegar a saludar. Con nueve pases de rodillas sin enmendarse abrió el madrileño una faena de muleta de mucho asiento ante un toro remiso a la pelea, con tendencia a huir de los engaños.Pero pudo más el tesón de López Simón, que, sin quitarle en ningún momento la muleta de la cara, acabó sujetándolo y hasta acabó pegándole muletazos de mucho desmayo y sentimiento. Tan relajado estaba el torero que en un descuido el toro se lo echó a los lomos, rozándole el cuello con el pitón, en lo que fueron unos momentos de verdadera angustia. Con visibles rasguños y quemaduras en la cara, Simón volvió a la carga como si nada, echándose, incluso, de rodillas en una final tan emocionante como tremendista. El mal uso de la espada le privó del triunfo.

Con el quinto, López Simón llevó a cabo una faena de menos a más, a mucho más. Después de unos primeros pasajes un tanto desangelados por el derecho, lo mejor llegaría al natural. Cierto es que por ese lado embistió más y mejor el flojito Jandilla, y así lo aprovechó el madrileño para instrumentar varias series de muletazos largos, templados, ligados y por abajo de muy buena firma. Circulares invertidos y otros adornos finales acabaron por meter al público en el bolsillo, y tras una muy buena estocada logró una oreja de ley.

José Garrido dejó ya claro con el capote en su primero que no venía a Logroño a pasar la tarde, algo que refrendó en el último tercio, imponiéndose con firmeza y sobrado valor a un toro encastadito y con cierto genio, al que había que tocar muy bien las teclas para salir airoso. A los estatuarios de la apertura le sucedió una primera tanda a derechas de mucho aguante y exposición. A partir de ahí, Garrido fue metiéndolo (al toro) poco a poco en el canasto en una labor de muchísimo arrojo y verdad. Ni una sola duda. Entrega y valor a raudales. Estocada hasta la bola (posiblemente la mejor de lo que va de feria) y oreja para el joven extremeño. Otra oreja más logró Garrido del sexto, el toro más deslucido del sexteto, al que el torero pacense cuajó una faena perseverante y entregada, cuyos momentos más rotundos surgieron al natural y en un fin de obra de lo más eléctrico y comunicativo.

Hermoso se mostró muy correcto y ortodoxo en su noble primero, que, sin embargo, se vino pronto a menos. El cuarto fue un toro que se ponía por delante. Hermoso lo lidió con maestría. Pero esta vez no mató bien el jinete estellés y fue nuevamente silenciado. H