Un extraordinario sobrero de El Ventorrillo fue el gran protagonista de la aciaga y muy deslucida miurada que echó el cierre ayer a la Feria de San Isidro, encargada de truncar la gesta de Dávila Miura, que finalmente no estoqueó ningún toro del hierro familiar, al serle devuelto su lote completo.

El primer San Isidro de la era Simón Casas al frente de Las Ventas no pudo tener peor final. Después de un largo mes de toros, no exento de polémicas, ayer, los de Miura, tan feos y desiguales de presencia como vacíos en esencia, se encargaron de cargarse la tarde, además de truncar la gesta de Dávila Miura. Porque segundo y quinto, su lote, fueron precisamente los que la presidencia decidió echar para atrás por su manifiesta invalidez, aunque, dicha sea la verdad, perfectamente pudo devolver también los otros cuatro que sí se lidiaron.

Por todo esto, al final, la única hazaña que llevó Dávila Miura fue la de volver a estoquear dos toros en Madrid al cabo de diez años, y, lo que son las cosas, fueron los que más se prestaron, sobre todo el sobrero del Ventorrillo que hizo quinto, extraordinario por la clase y el temple que exhibió. Es verdad que no lo aprovechó del todo el veterano espada sevillano, que, aunque anduvo muy reposado e, incluso, extrajo algunos muletazos sensacionales, especialmente al natural, anduvo por debajo de las excelsas cualidades del astado.

Pero tampoco sería justo ahora darle un palo, de verdad que no procede, pues tiene mérito, y mucho, el reto de volver a pisar la arena de Las Ventas al cabo de tanto tiempo solamente para conmemorar el 175 aniversario de la fundación del hierro familiar; como también lo tuvo en el 2015 y el 2016 cuando emprendió una gesta similar en Sevilla y Pamplona. De ahí esta alabanza a su compromiso con esta fiesta, a veces, tan de pacotilla, pues, a diferencia de algunas figuras invisibles que sí rehuyen los compromisos de verdad en detrimento de corridas a la carta en plazas de chichinabo, él sí ha querido dar la cara donde hay que darla y con corridas supuestamente exigentes (excepto la de ayer), y, algo más importante, sin necesitarlo.

Por eso, y teniendo en cuenta que no se le debería exigir como a los toreros que sí compiten en el circuito de las grandes ferias, se antojan muy injustas las constantes censuras hacia él por parte de cierto sector del tendido, que también decidió reventar la ovación con la que la parte sensible de la afición de Madrid quiso reconocerle semejante desafío.

Su primero, sobrero también, aunque éste de Buenavista, lució un potable pitón derecho, y por ahí Dávila logró algunos momentos estimables dentro de un conjunto al que le faltó mayor redondez.

El resto de la corrida apenas tuvo contenido, principalmente por las nulas opciones que brindaron los cuatro miuras que sí se acabaron lidiando, muy descastados y en el límite de la invalidez, sin olvidar la penosa y muy desigual presentación.

Tanto Rafaelillo como Rubén Pinar acabaron estrellándose contra un muro de hormigón, a pesar de las ganas y el empeño que pusieron ambos para tratar de obrar un milagro que, a todas luces, era imposible de llevar a cabo.