Después de la tempestad llegó la calma. De la gris, fría e infumable tarde de la víspera se pasó a una en la que, además del sol, llegó el interés, aunque, eso sí, a cuentagotas. Pero algo es algo, y, en lo positivo de ayer, cabe destacar las prometedoras maneras del navarro Javier Marín, y las ganas y la actitud del debutante Fernando Flores. También el regreso a Madrid, después de siete años, de la divisa sevillana de Dolores Aguirre, un hierro que en el pasado fue santo y seña del torismo, aunque ayer dejó la miel en los labios al exigente aficionado, que, no obstante, tomó partido por algunos de los utreros.

Por ejemplo, con el primero, un manso encastado que llevó la emoción al tendido por el carbón que tuvo en la muleta.

El bizco y gacho melocotón que hizo cuarto, en cambio, no gustó tanto a los tendidos, precisamente por la fea arboladura que lucía. Y tampoco fue apto para el lucimiento, muy protestón y a la defensiva. Maestro no pasó de los detalles sueltos dentro de una faena sin armazón.

Javier Marín sorteó en su primer turno un novillo de aparente movilidad que, en cambio, acabaría en un espejismo, pues pronto echaría el freno, evidenciando, además, poca clase en sus cortas acometidas.

El navarro, que gustó en las verónicas genuflexas del recibo, diseñó una labor en la que brilló, sobre todo, por la actitud y la manera de hacer todo a favor de obra, es decir, tratando de lucir al animal, aunque otra cosa fuera que el utrero no quisiera perseguir los engaños, quedándose ya en el segundo muletazo.

OVACIÓN / Pero ya está dicho que la gente de Madrid con este tipo de encastes suele posicionarse a favor del astado, de ahí que algunos ingratos trataran de censurarle una ovación ganada a pulso. Al quinto se lo cargaron en el caballo, de ahí que llegara a la muleta prácticamente en las últimas. Marín pasó aquí más inadvertido. Puso ganas, eso sí, mas era imposible estructurar nada destacable. El primero de Fernando Flores fue, sin duda, el más escurrido del sexteto. Novillo vareado, sin apenas remate y con poquita cara. Las protestas de los más exigentes, para qué decir. Y, lo que son las cosas, aunque su tendencia era siempre la de desentenderse ya en el segundo pase, si se le dejaban puesta (la muleta), repetía sus viajes con suma franqueza. Ahí estuvo el mérito de Flores, el de tratar de llevarle siempre muy tapado para construir estimables series por el derecho. Es verdad que le faltan cositas por mejorar, mas el conjunto fue de lo más decoroso, de ahí que sorprendiera nuevamente que tronara más la ovación al astado que la que recibió posteriormente el debutante.

El sexto nunca se entregó, muy sosito y soltando también la cara en las telas de un Fernando Flores tan voluntarioso como poco resolutivo.