Ganado: Seis toros de Victorino Martín, de correcta presencia y en tipo de su encaste, que apenas dieron un mínimo juego por su falta de casta y energías. El mejor fue el quinto, con clase, pero sin brío alguno y de escasísima duración; y los peores, primero y tercero, con cierto peligro y complicaciones defensivas.

Antono Ferrera: dos pinchazos y estocada trasera caída (silencio); estocada (silencio).

Manuel Escribano: estocada y dos descabellos (ovación); estocada trasera (vuelta al ruedo tras insuficiente petición de oreja).

Daniel Luque: tres pinchazos y estocada corta (palmas); pinchazo y estocada trasera atravesada (palmas).

Los tendidos de la Maestranza de Sevilla volvieron a llenarse ayer al reclamo de los toros de Victorino Martín, que desde hace varios años llevan ofreciendo un buen espectáculo casi garantizado en una plaza donde los aficionados aún recuerdan el juego excelente de ejemplares como «Cobradiezmos», el toro de este hierro indultado en la feria de 2016. Pero, después de que tantas veces le cayera de cara, la ganadería extremeña vivió ayer la cruz de la moneda en una tarde en que la emoción iba abandonando el ruedo a medida que salían por chiqueros los seis descastados o flojísimos ejemplares que se embarcaron esta vez desde la finca «Las Tiesas». En tipo de la casa, es decir, bajos de agujas (casi todos), largos, sueltos de carnes y con pitones engatillados a veleto, los «victorinos» , que lucieron divisa negra en señal de luto por la muerte de su ganadero hace unos meses, echaron un borrón sobre el gran palmarés de su hierro en Sevilla. Alguno, sí, mostró cierto empuje inicial y hasta una evidente calidad en sus embestidas, como el quinto, solo que, la casta y la fuerza le iban abandonando al paso de sus cada vez más mortecinas embestidas. Pero, al menos, ese ejemplar propició de salida el único momento vibrante de la tarde, cuando Manuel Escribano, que se había mostrado empeñoso con su complejo toro anterior, lo saludó con una apurada larga cambiada a portagayola, siguió de rodillas con otras dos en la misma puerta de toriles y aún le cuajó seis o siete lances templados que el animal tomó con profundidad y entrega. Pero ahí se acabó todo, porque tras pasar por el caballo de picar, el cárdeno comenzó a afligirse en el inapropiado inicio de faena que le aplicó por bajo el sevillano para después irse agotando en los apenas diez o doce naturales en que, con voluntad pero casi sin vida, intentó seguir la muleta. Con todo, Escribano dio a su muerte la vuelta al ruedo en recuerdo al vibrante saludo capotero que acabó pesando en el global.

Otro de los pocos momentos reseñables de la corrida se vivió durante la lidia del sexto, que por no emplearse apenas ante las telas tuvo más fuerzas y duración, aparentemente. Daniel Luque, que no se había arrugado antes ante las cortas y «orientadas» embestidas del tercero, logró sacarle a este último una buena serie de pases con la derecha, citándole con la muleta retrasada para aprovechar así, con cierto empaque, sus medias arrancadas. Sonó la música por ello, pero, rompiendo el espejismo, el toro ya no quiso más «baile».

El resto de la corrida, incluidos los discretos tercios de banderillas que protagonizó Escribano, se diluyó en la memoria tanto como la casta de los «victorinos», pese al buen oficio de Antonio Ferrera ante un lote sin opciones, por afligido el primero y por absolutamente vacío de casta y de fuerzas el cuarto.