Listillo lucía preciosa capa, entre melocotón y jabonero y hechuras no tan agradables para el torero por un pelín alto. No se conjuntaron Bautista y el astado en el inicio del trasteo de muleta, que fue cuando el toro persiguió la tela con codicia y repitió las embestidas. Luego la lidia se escoró hacia el tercio del 3, buscando el abrigo del molesto viento y ahí quedó varada.

Después de apreciar la trabajada musculatura del primero, llamaron la atención las pocas carnes de Florista, segundo de corrida. Tras una colada escalofriante, Mora se templó en verónicas mecidas intercaladas con chicuelinas en el saludo.

Calidad tuvo el extraordinario quite de tres verónicas muy lentas, echándole el capote muy adelante, rematadas con media acaderada. Continuó navegando la onda del regusto en una trinchera y cambio de mano de clase infinita.

Fue en los medios donde entregó el cornúpeta su mejor y poco duradera versión. Ahí lo pulseó Mora con sensibilidad llevándolo como con las yemas de los dedos. Cuando se lo llevó a donde los papelillos de fumar, el toro echó el freno. Lo mató con verdad.

Musulmán traía dos cimitarras astifinas por delante. Milagro fue que Gonzalo Caballero se escapara de la primera voltereta mientras lo toreaba en redondo. Tras el trastazo contra la arena santanderina se templó en series al natural por donde llegó a deslizar el toro.

En el primer encontronazo al atacar con la espada se echó Caballero materialmente sobre los pitones. Lo prendió por la pechera, lo zarandeó en el aire y lo dejó grogui. Milagro que no lo reventara con los derrotes que le asestó. Volvió a perfilarse, esta vez en la suerte contraria, y volvió a inmolarse entre las astas. Esta vez no se escapó. El sable derecho se hundió en la carne.

Con la gente conmocionada, casi nadie echó cuentas del monumental saludo capotero de Juan Bautista a Pocosol. Hasta la boca de riego se fue el francés elevando la verónica al rango de toreo fundamental. Porque el toro embistió de principio a fin conforme a sus preciosas hechuras, bajo, de manos cortas.

Hasta en el trance final de la suerte de recibir regaló la acometida para una gran estocada de Bautista. Entre medias, una faena de una oreja a un toro de dos.

Milagroso tuvo muy medidos el poder y la transmisión. Mora lo entendió a derechas y luego prolongó en exceso su quehacer antes de una estocada desprendida.

Alabastro fue otro taco de toro, acucharado de cuerna y con cuello infinito que empleó en profundísimas arrancadas por el pitón izquierdo, por donde Juan Bautista no lo exprimió hasta sus últimas consecuencias. Celebró un lote soñado con otra estocada recibiendo, con la espada, esta vez, yéndose a los bajos. H