No hay acto relevante en Madrid al que Pablo Casado no haya asistido en el último año, promocionando su perfil aún cuando el PP le hacía el feo de seguir buscando un gran fichaje para arrebatar el Ayuntamiento de Madrid a Manuela Carmena. Y no hay día de martirio en el partido conservador en el que se haya negado a defender sus siglas en los platós de televisión a los que nadie quería ir a recibir palos. Ayer se cobró ese camino de servidumbre, tras superar a la exvicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, en unas primarias a las que se presentó espoleado por el malestar que sintió durante los largos meses en los que su partido le trató como candidato-peón, remiendo que igual les valía para el consistorio de la capital o para la Comunidad al caer Cristina Cifuentes, según conviniese a las grandes estrellas del PP en la polvareda de la contingencia.

Casado (Palencia, 1981) fue disciplinado hasta que vio su oportunidad al no presentarse el gran esperado, Alberto Núñez Feijóo, y decidió pasar de la sumisión al liderazgo. Ante las escasas posibilidades que le auguraban, tiró de manual de estrategia. No hay como una disputa interna para reivindicar las esencias.

El nuevo líder del PP apela a regular los valores conservadores (la vida, la familia, la moral), defensa que le ha valido el calificativo de candidato de «extrema derecha». Está por ver si mantendrá esa radicalidad ideológica como presidenciable a la Moncloa, un paso que dejaría el centro electoral y la mayor parte de los jóvenes liberales al calor de Ciudadanos. Es la paradoja de todos los procesos internos: la necesidad de repliegue identitario para conquistar a los propios, y una vez conseguido el poder orgánico, la obligación de abrirse hacia una ciudadanía más diversa para sumar votos. En definitiva, Santamaría ha hablado a los electores. Casado, a los militantes del PP.

El Hayek católico

El nuevo presidente popular dice asumir los postulados de Friedrich Hayek en Camino de servidumbre, una crítica al intervencionismo del Estado y defensa de la libertad individual. La visión de Casado es, sin embargo, distinta a la del nobel austriaco. Mantiene, sí, sintonía con el liberalismo económico, pero se ha alineado con la derecha católica, con la ideología más conservadora, la que regula el orden moral. Casado no quiere la ley de eutanasia que prepara Pedro Sánchez. Ni quiere tampoco el acercamiento de presos etarras. Ni la exhumación de Franco, a pesar de ser nieto de represaliado por la dictadura. Exige mano dura en Cataluña.

Es en ese terreno, en el ideológico, en el que más se ha hecho visible la brecha con Santamaría. Ella se casó en una ceremonia civil, en Brasil. Promete cargos, no los jura. Casado contrajo matrimonio católico (es practicante) y dice que defiende a «la España que madruga», en una visión épica de la ética del trabajo que es, cuanto menos, nostálgica. Está por ver si encarna más una renovación o una regresión. Y si la renovación se queda en lo organizativo y la vuelta atrás es en valores morales.

Decidió afiliarse al PP por el impacto del asesinato de Miguel Ángel Blanco y estuvo al frente de Nuevas Generaciones. José María Aznar y Esperanza Aguirre le auparon y le mimaron años después. Su cintura política, su don de gentes y su telegenia ayudaron a que Mariano Rajoy le nombrase responsable de Comunicación, en un intento de limpiar a un PP erosionado por la corrupción. Se preparó a fondo. Ha respondido en las ruedas de prensa más complicadas. Ha atendido siempre a la prensa con una sonrisa. Es un perfil de político amable y empático.

Habilidad política

Ha demostrado habilidad política al tejer un pacto con María Dolores de Cospedal que le garantizó la complicidad de los exministros Juan Ignacio Zoido, Isabel Tejerina y Rafael Catalá para la segunda vuelta, apoyos sin los que no habría conquistado el puesto.

Por delante, ahora, tiene el reto de dirigir una estrategia para tratar de arrebatar la presidencia del Gobierno a Pedro Sánchez y frenar el ascenso de su gran rival ideológico, Ciudadanos. En lo inmediato, debe decidir si mantiene la línea ultra o suaviza el discurso. Si no lo hace, la polarización puede ayudar a Sánchez a convertirse en icono de la nueva sociedad, la del cambio, por mera oposición a los viejos valores del conservadurismo.