Manchester no durmió, sumida en un estado de profunda conmoción. A las siete de la mañana de ayer, los helicópteros sobrevolaban aún el centro de la ciudad. La policía había acordonado no solamente el recinto del Manchester Arena, donde perdieron la vida 22 personas y otras 59 resultaron heridas, sino las calles colindantes. Las ediciones especiales de los tabloides británicos utilizaban las palabras masacre y carnicería para describir un atentado que tenía en su punto de mira a los más jóvenes, a adolescentes y niños que habían acudido a ver a su estrella favorita, Ariana Grande.

El terrorista suicida sospechoso de haber llevado a cabo el atentado fue identificado por la policía como Salman Abedi, un británico de 22 años, nacido en Manchester, de padres libios. Los investigadores están tratando de determinar si Abedi actuó solo o forma parte de una célula terrorista y si alguien le ayudó a construir el explosivo con el que cometió la masacre. Su identidad pudo ser establecida tras el registro de una vivienda en Fallowfield, un suburbio de Manchester.

Artificieros de la lucha antiterrorista llevaron a cabo una detonación controlada para entrar en el inmueble. También fue detenido un joven de 23 años, sospechoso de estar vinculado al ataque, que fue reivindicado por el autodenominado Estado Islámico, sin poderse comprobar la veracidad de esa aseveración.

Durante el día de ayer resultaba imposible acercarse a la catedral, donde los artificieros habían realizado una segunda explosión controlada, ni a la estación de tren de Victoria. Los párkings exteriores de la zona, habitualmente atiborrados a esa hora, estaban semivacíos. Imperaba el silencio. Algunas empresas recomendaron a sus trabajadores que no acudieran a trabajar. Un gran número de policías patrullaban el centro armados.

El Estado Islámico se atribuyó el atentado, obra «de uno de los soldados del califato» que se hizo explotar junto a una de las puertas de salida del estadio justo al acabar el concierto, cuando se encendieron las luches y empezó a salir el público. En el vestíbulo, junto a la zona de taquillas del estadio, muchos padres esperaban para recoger a sus hijos. Las identidades de las víctimas apenas se conocen, entre ellas la de un niña de ocho años y otra joven de 18. Entre los 59 heridos, figuran una docena de menores de menos de 16 años.

EVACUACIÓN CAÓTICA / Fue, según los expertos, un ataque «meticulosamente preparado» que pone de manifiesto la vulnerabilidad de los espacios donde se concentra un gran número de personas, en este caso jóvenes, adolescentes y niños. En una evacuación caótica del recinto, unos 50 niños fueron acomodados en el hotel Holiday Inn, donde pudieron reagruparse con sus familiares.

Algunos de los asistentes al concierto de Ariana Grande hicieron noche en los hoteles más cercanos al estadio, que abrieron sus puertas a quienes lo necesitaban. La mayoría eran jóvenes y menores de edad acompañados por sus padres. Sus testimonios ayudan a recrear el suceso. Joseph Harrys, de 17 años, fue al concierto con su mejor amiga. Sus padres estaban de celebración y fueron a un restaurante cercano y ellos fueron solos al concierto: «Acabó la última canción. Ariana estuvo espectacular. Entonces se apagaron las luces y se volvieron a encender. Oímos una explosión. Era fuera. Nos queríamos ir a toda costa».

«Pensábamos que había explotado un globo», explicaba Amy, de 13 años, vestida con la camiseta de la cantante. «Después no sabíamos hacia dónde estábamos corriendo. Suerte de la gente que nos dio indicaciones», añadió. Amy iba acompañada de Hazel, mayor que ella.

DISPAROS / En el parque de Chapel Street, desde donde puede apreciarse una de las esquinas del Manchester Arena, Holy, madre de 43 años, atendía a diversos medios de comunicación sin despegarse de su hija de 10. «A mí me parecieron dos disparos. Seguidos. Bang, bang. Por eso pensé que alguien había disparado. Si ahora me vuelven a meter ahí dentro, no te sé decir por dónde salimos». Era el primer concierto al que asistía su hija: «Es su artista preferida. Me planteo si ella querrá volver a un concierto o no». Su hija, conmocionada, apenas articuló palabra.

Helen y Ann, de 20 años, aseguraban que ellas eran de las mayores: «Había mucha gente joven». Joseph reflexionaba sobre el atentado: «Siento que es injusto. Hubiese sido igual de horrible con adultos, pero contra niños es aún más horroroso».