Los majestuosos Alpes de la Alta Provenza cumplieron ayer su cometido. Dar sosiego a los familiares de los fallecidos en su visita relámpago a un paisaje idílico, convertido desde el martes en el escenario de una gran pesadilla. El grupo de españoles llegó dividido. Unos pocos en autocar, incapaces de subir a un avión, y los más volando hasta Marsella. Fue en ese aeropuerto en el que las autoridades francesas reunieron a todos los allegados y con la ayuda de traductores de alemán, inglés y español un alto cargo del Gobierno galo les avanzó que el copiloto había estrellado voluntariamente el avión.

"No daban crédito. No entendían nada. Pudieron preguntar. Y lo cierto es que les contaron todo lo que hasta ese momento sabían y podían contar del copiloto", relató uno de los médicos que les acompañó.

La noticia les acabó de romper un poco más si era posible. Iniciaron entonces una ruta de casi tres horas en autocar hasta llegar a Seyne-les-Alpes. Tiempo suficiente para volver a replanteárselo todo. Si hasta ese momento se cuestionaban en voz alta ante los psicólogos que les han acogido estos días "¿Qué pudo fallar allí arriba?" Desde ese momento la pregunta era mucho más dura y de peor y difícil respuesta. "¿Por qué lo hizo?" y "¿Cómo nadie se dio cuenta de que podía hacerlo?".

Ya en Le Vernet, frente a las majestuosas montañas en las que yacen sus seres queridos, les alivió la cercanía y les reconfortó la belleza del lugar en el que reposan. Regresaron de noche. Y el viaje de vuelta hasta el aeropuerto de Marsella se hizo en absoluto silencio. "Regresan mejor. Necesitaban ver dónde están los suyos y saben mejor lo que pasó. Es duro, pero saben y eso es bueno".