Mil nuevos casos de menores con enfermedad mental en Córdoba en un año. ¿Son muchos, son pocos? Según el coordinador de Salud Mental Infantojuvenil de Córdoba (que atiende a niños hasta 16 años), Vicente Sánchez, cada año son más, aunque no necesariamente porque haya más niños afectados, sino porque hay más información y se pide ayuda antes. «En el 2017 atendimos 12.000 consultas, un número creciente, en gran medida porque los padres están más pendientes y, al mínimo problema, consultan, lo que hace que los niños se traten a edades más tempranas», señala. La mayoría de los casos son por discapacidad intelectual. El 7% de la población presenta este tipo de trastornos, que pueden llegar a ser discapacitantes. También destacan los problemas por déficit de atención e hiperactividad (TDHA), un 7% también de la población, aunque también es cierto que se trata de un trastorno que suena mucho y que genera más consultas que atenciones reales. «De los casos que nos llegan a nosotros, que ya vienen filtrados de atención primaria, solo un 60% son reales, muchos de ellos leves, el resto son solo sospecha de los padres, que tienden a pensar que hay un trastorno cuando su hijo es especialmente nervioso o inquieto, si bien eso no tiene por qué implicar un problema de salud mental», señala Vicente Sánchez. Según su experta opinión, «hay problemas de conducta y síntomas de déficit de atención que pueden deberse a otras causas, por lo que conviene no abusar del diagnóstico, especialmente en niños que aún están formándose». En cualquier caso, la mitad de los trastornos de adultos despuntan en la infancia y la adolescencia.

Los trastornos de conducta alimentaria también están creciendo, asegura, y se producen en edades cada vez más tempranas. «Nosotros diagnósticamos 50 nuevos casos cada año, el 95% de los cuales afectan a niñas», señala, alertando de que se trata de un problema que puede llegar a ser grave y que, si bien se da por una combinación de factores genéticos y sociales, la influencia cultural de los patrones estéticos actuales tiene mucho peso. Generalmente, la anorexia nerviosa debuta entre los 14 y los 18 años, pero «en los últimos años, aunque la incidencia se mantiene igual, recibimos niñas de hasta 11 años».

El doctor Sánchez alude también al impacto que la crisis y la falta de recursos ha tenido en los niños, un efecto que sigue presente. «La crisis ha tambaleado la estructura familiar de muchos menores, que llegan a nosotros con cuadros de ansiedad o fobias porque su casa no está tranquila, perciben tristeza y estrés en su entorno, en sus padres y, sin saber el motivo, les afecta». Un 2% de los niños que tratan presentan depresión. Y alerta. «La depresión puede pasar muy desapercibida en un menor si no estamos atentos. Un adulto presenta insomnio, tristeza, falta de apetito, síntomas comunes que éste verbaliza a diferencia de los menores, en los que el malestar se traduce en rabietas, trastornos de conducta, del sueño». Lo importante en estos casos es no dejar al niño desatendido, esperando demasiado a que se le pase solo. «Siempre se puede hacer algo», afirma Sánchez, «esa mezcla de tensión y tristeza crea mucho malestar psíquico en el menor». Igual que puede ocurrir con un hueso que se fractura, las heridas mentales requieren medidas para que cicatricen y evitar así que cristalicen hasta hacerse enfermedades mentales crónicas.

La Asociación de Allegados y Personas con Enfermedad Mental de Córdoba (Asaenec) atiende a 119 usuarios y 168 familias en Córdoba. Según su directora general, Susana Luque, la demanda de servicios para jóvenes es creciente. «Las instalaciones se nos están quedando pequeñas y hacen falta nuevos apoyos económicos, más recursos públicos y privados, porque cada vez acuden más familias con jóvenes», señala. Lamentablemente, indica, lo habitual es que aguanten años antes de tomar conciencia, por lo que acuden con la enfermedad avanzada. Generalmente los primeros síntomas en los jóvenes son inestabilidad emocional, ansiedad, pérdidas de control y cambios bruscos de humor.