La Rambla de Barcelona, lugar de uno de los dos atentados del pasado 17 de agosto en Cataluña fue ayer una riada de rosas rojas, amarillas y blancas, los colores del emblema de una ciudad que trata de recuperarse del golpe que supuso el atropello masivo. El concurrido paseo acogió a miles de visitantes que se acercaban a dejar una ofrenda en uno de los muchos puntos de homenaje, algunos a punto de desbordar la acera repletos de velas, flores y objetos en homenaje a las víctimas.

Las ofrendas florales se multiplicaron con los miles de rosas rojas, amarillas y blancas que los manifestantes depositaron en los distintos altares, donadas por el Gremio de Floristas y repartidas horas antes de la marcha por voluntarios. La marcha antiterrorista desembocó en la plaza de Cataluña, pero los manifestantes continuaron desfilando hacia La Rambla, lo que resultó en un emotivo homenaje multitudinario.

Por el paseo desfilaron representantes de los servicios de emergencia y del cuerpo de Bomberos de la Generalitat, así como grupos pertenecientes a diferentes religiones, que fueron aplaudidos a lo largo de su trayecto por la emblemática calle.

Familias, amigos, turistas o visitantes de otras localidades, muchos de ellos equipados con pancartas y luciendo camisetas con consignas de paz, los acompañaron hacia el altar improvisado sobre el mosaico de Miró, lugar donde se detuvo la furgoneta después de atropellar a decenas de personas.

Un grupo de veinte personas con camisetas azules se desplazaron desde municipios de fuera de Barcelona para mostrar «todo el apoyo posible a las víctimas», y explicaron que vecinos de muchas localidades catalanas se organizaron de la misma manera para asistir a la manifestación.

Muchos de los asistentes también dirigieron sus mensajes de solidaridad hacia la comunidad musulmana, que es «seguramente la más afectada por hechos como este», contaba María, que levantaba con orgullo una pancarta de No a la islamofobia.

La joven, acompañada de su padre, fue a apoyar a las víctimas, pero también a denunciar que «mucha gente ha reaccionado mal contra una comunidad que no tiene la culpa de los atentados».

Muchos ciudadanos regalaron también rosas a los Mossos d’Esquadra, en un gesto de afecto por su trabajo ante los atentados, y se pudo ver al presidente cántabro, Miguel Ángel Revilla, fotografiarse con varios agentes de la policía catalana para reconocer su labor.

Junto a las muestras de apoyo, no faltaron las de indignación, como es el caso de Agnés, una chica que acudió con su familia «para denunciar el terrorismo aquí y en todo el mundo», pero salió decepcionada de una marcha que, declaró, «ha sido totalmente politizada», en alusión a la gran cantidad de banderas independentistas que se situaron estratégicamente detrás de la cabecera de los políticos y representantes institucionales.

«Nos ha molestado la gran cantidad de banderas que la gente ha traído», explicó la joven, que insistió enérgica en «que no estamos aquí para hacer política», sino «para protestar contra el terrorismo».