Se podría decir que la ceremonia de ayer fue solemne, exquisita y cargada de toda la pompa y boato con la que el Cabildo de la Catedral cordobesa nos tiene acostumbrados.

Todo fue digno de admiración: la selecta música, interpretada por la coral Santa Cecilia de Puente Genil, la solemne procesión claustral y la magnífica casulla que para la ocasión lució el obispo de la diócesis, algo que pone de manifiesto que en temas de liturgia el Cabildo cuida todos los detalles.

No obstante, para que todo hubiera sido redondo, faltó un detalle, algo que puede rozar en lo anecdótico o secundario, pero que sin duda le hubiera dado mayor esplendor a la ceremonia. Este detalle, no es otro que el altar donde se coronó a la Virgen de Linares, un montaje que restó solemnidad al conjunto, máxime si los presentes aún tenían en mente la grandiosa arquitectura efímera que la hermandad de Animas levantó en el altar mayor de la parroquia de San Lorenzo, solo para que la Virgen de Linares tuviera un besamanos y una vigilia.

Por lo demás, la ceremonia se vivió en un ambiente de absoluto recogimiento, donde solo quedaba roto al reververar la grave voz del obispo dirigiéndose a unos fieles que seguían con atención la intensa homilía del prelado. Posteriormente llegó el momento más esperado, tras el protocolo habitual, Demetrio Fernández, impuso sobre las sienes de la Virgen la corona que sellaba la devoción de cientos de fieles a la Virgen de Linares.

Un momento que dejaba para la historia el triduo preparatorio, las procesiones a costaleros de la Virgen, y el recuerdo de la querida imagen presidiendo los altares mayores de parroquias como San Antonio de Padua o San Lorenzo.