Pedro Sánchez está decidido a perfeccionar el PSOE de siempre, definido ayer como la izquierda de gobierno que va a la misma hora que España. Ganó el congreso como resultado lógico de las primarias que le otorgaron la secretaría general; los barones ni tan solo comparecieron en la batalla congresual, resignados a la suerte dictada por los militantes. Tiene las manos libres para intentar recuperar el espacio socialdemócrata y la mayoría parlamentaria. Piensa hacerlo marcando distancias con Podemos y asumiendo algo del lenguaje de Pablo Iglesias, pero con un discurso mucho más sobrio.

Sánchez es un líder resultón, sin la sonrisa de José Luis Rodríguez Zapatero ni la seriedad de Felipe González, es el resultado natural de una larga tradición que no va a traicionar y de una atracción generacional por el 15-M que le gusta exhibir. Pero el verbo preferido de los socialistas no es «revolucionar» sino «perfeccionar». Durante años quisieron perfeccionar el Estado de las autonomías para alcanzar un modelo federalizante; ahora se proponen perfeccionar el concepto de Estado plurinacional para llegar al Estado federal sin estados federados, porque en España «hay un solo Estado y una sola soberanía», según sentenció. Él y el PSOE siguen en Granada, instalados en el federalismo orgánico, en la versión minimalista de la nación de naciones, no quieren arriesgarse a hablar de soberanías ni afrontar el viejo dilema de una España unida por la ley o una unión nacida de la voluntad de las partes.

Pedro es un unionista como Pablo, sin embargo, frente al conflicto catalán inminente está más cerca de la reacción del unitarismo de Rajoy: a los independentistas, ni agua. La gran diferencia con el líder del PP es que Sánchez les promete a los soberanistas una fuente de agua fresca para más adelante, en el paraje de la reforma constitucional. Tal vez sea poca cosa para el estado de ánimo de los catalanes y catalanistas desafectos de la vieja y sorda España, pero en esto, está a lo que diga Miquel Iceta.

En su objetivo de echar a Rajoy y a su gobierno, «corruptores de la Constitución», Sánchez vuelve a lo suyo, a la alianza por el cambio, formada por PSOE, Podemos y Ciudadanos, fórmula que fue imposible hace unos meses y que, si hay que hacer caso a lo dicho por Iglesias, será altamente improbable. La insistencia en una estrategia fallida la compensó ayer con el anuncio de una táctica mucho más pragmática: los acuerdos semanales en el Congreso para aprovechar la minoría del PP y derogar la legislación más antisocial.

Ganar batallas parlamentarias para consolidarse como principal partido de la oposición parece un objetivo mucho más adecuado a la fuerza real del PSOE que pretender desalojar a Rajoy del Gobierno, un desiderátum ahora solo al alcance de la justicia. Para la caza mayor electoral, Sánchez deberá esperar a tener un cierto bagaje en la anunciada «oposición de Estado» y una formulación atractiva de las «soluciones justas» definidas por su mentor ideológico, Ángel Gabilondo.