Estupefacto está el mundo de la cultura... Húmedas las páginas de la colorista y vital revista Cántico... Tristes se muestran los ingrávidos y perennes versos, hoy todos en pie por el dolor insoportable, de sus compañeros Ricardo, Juan, Mario, Julio... Y el sorprendido Ginés Liébana acaba de garabatear un ángel casi desalado que vuela resoluto hasta la cabecera de su féretro, para hacerle más feliz el dulce tránsito a la bucólica Sandua. Ahora, con la pena helada de la sorpresa impactante, queremos decirle a Pablo García Baena lo mismo que él le dijo a su amigo Ricardo Molina: «Pero si eras la vida y la luz, la armonía,/hijo claro del sol, del estío, del agua»; y a él también le reconocemos, igual que a aquel: «La gente más humilde supo de tu sonrisa,/de tus manos abiertas al mismo desamparo».

En junio lo traté durante varios días en Puente Genil, disfrutando en la cercanía de su amabilidad e inteligencia; en diciembre lo vi celebrar entre la multitud el estreno en el Teatro Góngora de la obra moliniana El hijo pródigo; y solo un día después, humilde y casi incógnito y como uno más entre el público, apreté su mano en la librería La República de la Letras cuando presentábamos el libro La tradición trascendida. Cántico y su época, con varios capítulos que a él mismo lo homenajeaban.

Hoy más que nunca hablamos de él como de Don Pablo. Y lo recordamos vivaz y comprometido y tremendamente amical, hasta ver cómo se le derrama la bondad ya cansada por entre su tímida sonrisa. Era afable y comedido, tímido por educación y por nobleza, sutil como el verso más profundo o el pájaro más silencioso.

De Cántico en adelante

Con todos sus reconocimientos -el último su nombramiento como Autor del Año 2018 en Andalucía- y su tan elogiada admiración, Pablo empezó siendo como un canalillo endeble por entre la sierra cordobesa, y bajo aquellas frondas se forjó su sensibilidad cálida y de lumínico eco, que él no tuvo empacho en llamar Rumor oculto, el título exacto de su primer libro de 1946. Vivió los años tristes, desangelados y analfabetos de la posguerra, y apoyando sin fisuras al pontanés Ricardo Molina y al carloteño Juan Bernier fundó junto a ellos, en 1947, una de las revistas literarias de mayor enjundia y novedad de aquel tiempo: Cántico. Hojas de Poesía. Desde entonces, y una vez que el tiempo y la crítica (sobre todo a partir de la revitalizadora de Guillermo Carnero al publicar su estudio El Grupo Cántico de Córdoba. Un episodio clave de la historia de la poesía española de postguerra) pusieron en justo valor las aportaciones de sus cinco poetas fundamentales, Pablo García Baena fue ya puntal imprescindible del equilibrio del grupo.

La temprana desaparición de Molina, el cese de la publicación de tan importante símbolo literario, la búsqueda de la individualidad por parte de cada uno de ellos y, al fin, la solitaria y solidaria representatividad que a Pablo le correspondió, hicieron de él la antorcha que mantuvo encendido el fuego de Cántico, y con esa luz se fue acercando a las sucesivas generaciones de poetas y lectores, acompañado muchas veces en ese cometido por su singular amigo e ilustrador incansable Ginés Liébana.

En la bibliografía lírica de Pablo García Baena se fueron sucediendo chispazos poéticos de creciente calidad hasta sumar una quincena de originales poemarios entre los que se cuentan Mientras cantan los pájaros, Antiguo muchacho, Junio, Antes que el tiempo acabe, Gozos para la Navidad de Vicente Núñez... Su último libro publicado ha sido Los campos Elíseos (2006) -digno merecedor del Premio Andalucía de la Crítica en 2007-, donde leemos esos dos versos conclusivos de «Edad» en que Pablo expresa -hoy ya los vemos como adelantado deseo post mortem- ese tan tierno anhelo de paz duradera: «Y a la mañana al sol, junto a la barca,/leer el mismo libro de mis días». Solo conociendo esta concreción de buena poesía se sitúa el lector en el orbe de un escritor cordobés tan señalado e imprescindible. El conjunto de sus versos justifica que en su palmarés literario brillen como estrellas las últimas distinciones concedidas: en 2008 el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en 2012 el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, y en 2015 el Premio de las Letras Andaluzas Elio Antonio de Nebrija que concede la Asociación Colegial de Escritores (ACE) de Andalucía.

Poeta de culto

Continuamente han ido surgiendo textos, conferencias y artículos que tienen a Pablo García Baena como protagonista que actúa propiamente como autor o como escritor objeto de estudio. En este último caso, serían también muchas las fuentes a las que debiéramos acudir para conocer su obra poética; pero por el momento nos vamos a referir -y esto con brevedad- a tres de las que se han publicado en tiempo reciente. Así, el más lejano de estos es el ensayo Pablo García Baena. La liturgia de la palabra, del que es autor y editor el también cordobés Antonio Rodríguez Jiménez (Visor Libros, Madrid, 2009, 430 pp.). De 2011 (publicado en Sevilla, Ediciones Alfar, 243 pp.) data el libro Cántico. Resistencia y vanguardia de los poetas de Córdoba, de la periodista Rosa Luque Reyes, quien dice haber reunido en varios apartados las entrevistas que fue realizando a los poetas de Cántico «en la década de los noventa del pasado siglo y publicadas todas ellas en el diario Córdoba», y de las cuales solo dos, la titulada «El discreto trovador. Pablo García Baena, entre el cielo y la tierra», y la que se incluye en el epílogo («Antes que el tiempo acabe. Pablo, ayer, hoy, siempre»), están incardinadas en la obra de García Baena. Por fin, y según su colofón, en noviembre de 2016 -aunque presentada en Córdoba el posterior 14 de marzo y el 3 de abril en Málaga-, se imprimía Pablo García Baena. Antología, 1943-2016 (Selección y estudio José Infante), libro que lleva una introducción de diecisiete páginas firmada por el propio Infante con el título de «Pablo, la poesía» y luego una antología personal de aquel que se prolonga durante otras noventa y seis antes de incluir una esencial bibliografía de otras tres. En el citado acto de presentación en Córdoba, en Bodegas Campos, aparecieron unidos en la mesa el editor de El Toro Celeste, Rafael Ballesteros, el compilador y el propio Pablo, quien dijo a los presentes que «esta antología nadie podía hacerla mejor que José Infante». Lo cierto es que ambos arrastran una amistad de muchos años (pues no puede olvidarse los que Pablo pasó en la misma Málaga) y ello, entre otras sustanciosas apreciaciones que hallamos con toda su rotundidad en la introducción, se documenta en la que, ya cerrando la antología (p. 127), viene a afirmar que «este año en el que se celebran los setenta de su primer libro Rumor oculto, la poesía de Pablo García Baena resalta por su coherencia y su absoluta fidelidad a unos principios estéticos».

Siempre fue García Baena una persona proclive a la amistad y cercana en todo. Y hoy a media mañana, cuando se acerque la hora del ángelus y su alma haya volado desde la penumbra de la parroquia de San Miguel a la etérea claridad de las sierras más altas, Pablo, el gran Pablo del cántico más convencido -religioso, lúbrico, clásico y barroco y sensual a la vez-, estará rodeado de amigos que celebran con él la gloria de la poesía y la fuerza absoluta de su palabra vibrante de emoción.

Él declaró en abril pasado, cuando conversaba con Antonio Javier López para el diario malagueño Sur, que «La poesía salvará al mundo, lo triste es que parece que se retarda. Yo ya no espero verlo, pero llegará ese momento en que todos nos entendamos y en el que la poesía será casi una manera de hablar entre todos, seamos de una raza o de otra. Esa hermandad que absurdamente se está destruyendo cada vez más. Tenemos que volver a ser hermanos todos, de cualquier color que sea la piel o el pensamiento, que es incluso más terrible, a veces, que las diferencias de color». ¿Hay mayor muestra de bondad, bonhomía, pensamiento solidario y de esperanza? Confiemos en que llegue esa tan anhelada salvación.

Aglutinador

Pablo García Baena es el poeta que anuda lo clásico -siempre de fondo san Juan de la Cruz, Góngora y Lope- con lo paradisíaco y sensual de la terrestre cotidianidad, y en su apertura a la variedad de los asuntos (religiosos, bucólicos, amatorios) está una innegable modernidad que encumbra su poesía.

En esa singladura lírica, sin duda, ha servido de catalizador de corrientes, de aglutinador de generaciones, de guía involuntario de pareceres poéticos, aunque en este sentido él lo hiciera con la libertad de quien escribe conviviendo con el arte y sin buscar marcar tendencia ni filiación alguna.

El poeta Pablo ha querido vivir de verdad la vida, buscar la ilusión de las horas alegres y llevar esas vivencias, matizadas a veces por el dolor o la contradicción, a versos donde gotee la música y la palabra precisa, seguro como está de que la poesía embellece la aureola del instante.

Poeta de penetrante inteligencia y vitalista palabra, humilde, estoico y a la vez gozoso habitante de la dicha de la vida, es desde hoy y ya para siempre aquel antiguo muchacho que supo cantar a las vírgenes, a la naturaleza y al amor en sus más cálidos momentos.

Cuando lo oía hablar admiraba increíble su correctísima y trabada sintaxis, que no descuidaba ni un momento en su privilegiada mente, y junto a ella el cuidadoso análisis que hacía de la realidad o del acontecimiento celebrado. Su ya lograda paz nos alentará cada vez que lo leamos. Y al leerlo recordaremos sus versos, hoy rezumados de elegía: «¡Oh, traed crisantemos! Que su aroma atraviese/la tierra y las podridas maderas de su féretro,/que hasta su nariz llegue de nuevo aquel perfume/de que tanto gustaba».