Hay instantes que se quedan congelados en el tiempo. En el momento en que el Congreso designó a Pedro Sánchez como nuevo presidente del Gobierno y se puso en pie para recibir el aplauso de los suyos, la ovación que más se escuchó en el hemiciclo fue la que llegaba de las filas podemistas. Los diputados morados se aplaudían entre sí, se felicitaban. Pablo Iglesias e Irene Montero dieron por finiquitado el escándalo del chalet. Se abrazaron, y por encima de las felicitaciones a Sánchez, se escuchaba un atronador grito de ‘Sí se puede’.

La alegría por echar al PP es real, pero el gesto no fue espontáneo. Responde a una decisión tomada en la tarde del jueves. Ante la esperanza y la ilusión percibida en sus bases por la moción de censura, los de Iglesias decidieron escenificar ese entusiasmo en el hemiciclo. En parte, porque sienten el triunfo del PSOE como propio al apoyarle con 71 diputados y contribuir a que el PNV le respaldase también. Pero sobre todo, admiten en el partido, porque aupar a Sánchez ahora les permite cerrar la herida del no a la investidura del socialista en el 2016.

Aquella negativa del pablismo a permitir que Sánchez fuese presidente permitió a Iglesias ganar la disputa interna y hacerse con el control del partido en Vistalegre 2. Perdió un millón de votos, pero se aupó en un discurso radical contra los «domesticados» de Íñigo Errejón o Carolina Bescansa, que llevaban americana y preferían permitir la investidura del candidato del PSOE.

Ganado el poder del partido, el pablismo asume ahora las tesis errejonistas: las izquierdas no pueden devorarse mutuamente, deben sumar. El sorpasso se demostró perdedor.

Incluso el oficialismo reconoce desde hace tiempo que aquel no a Sánchez es una losa demasiado pesada para seguir cargando en un contexto tan complejo, cuando la fuerza morada es cuarta en las encuestas.

La ovación en el hemiciclo quiere ser, admiten en el partido, un gesto para expiar aquella culpa original ante un electorado que ha pasado de la atonía a la esperanza en una semana.

Purgado el error, Podemos mira hacia adelante, en un equilibrio complejo en el que debe sostener a Sánchez y, a su vez, arrastrarle a políticas sociales para marcar una identidad diferenciada. «Si no nos permiten ser Gobierno, seremos oposición», advierten los morados.

Lo había adelantado ya Iglesias en su discurso frente a candidato el jueves. Tiene claro que se tendrá que «comer» los Presupuestos de Mariano Rajoy pero pide al nuevo presidente «medidas extraordinarias» para sortearlos tanto como sea posible.

¿Cómo? Vía decretos. Fuentes de la dirección adelantan que pedirán a Sánchez que negocie en Bruselas un déficit público menos asfixiante para España, una reivindicación que Podemos lleva en su programa electoral desde su nacimiento, en el 2014.

Los podemistas quieren aprovechar la inercia de la ilusión que, perciben, ha despertado en las calles para presionar con esa fuerza al nuevo Gobierno.

No les basta con el compromiso de aprobar las leyes progresistas que la pinza entre PP y Ciudadanos en la Mesa del Congreso mantenía bloqueadas. Podemos, señaló el propio Iglesias, quiere demostrar que las fuerzas progresistas van más allá del PSOE.

Tras constatar el escaso interés mostrado por Sánchez para armar un gobierno de coalición, tratará de arrastrar al nuevo presidente del Gobierno a la izquierda, confiando en el impulso de la ciudadanía movilizada en las calles.

Iglesias, en todo, va con cuidado. «Yo le pido disculpas por no haber sido capaz de haber avanzado con usted de forma más eficaz», le dijo el jueves a Sánchez. Su moderación es un presente. En la memoria colectiva está la «cal viva». También el vaivén ideológico del líder que se ha apuntalado en la mudanza de Sánchez a la Moncloa.

Todo esto en un contexto en el que acaba de atravesar una crisis de liderazgo, patente en las dos consultas en que se han producido en unos días de diferencia. Mientras en la crisis del chalet consiguió movilizar 180.000 inscritos, el refrendo a la consulta apenas consiguió apuntalar 75.000.