Isabel tiene ahora 30 años. Su vida ha transcurrido paralela a la de su hermano, 3 años mayor, que sufre el síndrome del maullido de gato, una enfermedad rara que afecta a su movilidad, a su desarrollo cognitivo o a la vista (actualmente está ciego). «Cuando nací él estaba ahí, siempre lo he vivido como algo natural salvo por la mirada de rechazo y descaro de algunas personas», explica, «falta educación y sensibilidad». Recuerda las dificultades que han tenido para atender a su hermano. «Los dentistas no se atrevían a atenderlo y los médicos tampoco, tenía desprendimiento de retina y cataratas y no lo operaban, al final perdió la vista».