Los vecinos de la calle Virgen Milagrosa de La Fuensanta amanecieron ayer con el alma en vilo, después de la quema de cinco contenedores la noche anterior en dos puntos distintos de la vía, pasadas las dos de la madrugada. Califican la situación de «vergonzosa» y piden mano dura a los responsables del deterioro del mobiliario urbano. En las conversaciones, --dominó de por medio en los bares--, no se habla de otra cosa que no sea el hartazgo ante una coyuntura que se alarga en el tiempo, hasta siete u ocho meses según los lugareños en Córdoba, y parece dificultarse su solución. Piden a las autoridades locales mayor seguridad en la zona, con cámaras de seguridad, a la vez que hacen cábalas sobre la autoría de la quema de los contenedores. También centran la atención en la dureza de las penas una vez localizados los culpables, por lo que piensan que una legislación más férrea terminaría con la intranquilidad del barrio.

Nada más preguntar por la ubicación de los contenedores quemados, los viandantes comienzan a enfadarse con el tema. «Es una vergüenza que pasemos susto por las noches por culpa de unos cuantos que se aburren», comenta Araceli, mientras se dirige a hacer la compra. A las puertas de la asociación vecinal de La Paz y Santa Victoria ardieron dos de ellos. Allí se encuentra Pepe, que vive en el séptimo piso y recuerda la espectacularidad de las llamas. «Creía que había dejado una luz encendida hasta que me di cuenta de que ardía un contenedor», dice Pepe, quien no recuerda actos de este tipo en sus más de 40 años en La Fuensanta. El corrillo de debate se centra en la autoría. «Esta granujá es de alguien que se aburre», comenta Rafael, mientras su compañero Agustin culpa a personas extranjeras, «por hacer daño».

Lejos de vaticinios se encuentra Rafael, presidente de la comunidad de vecinos cercana al lugar de los hechos. «La solución podría estar en hacer contenedores subterráneos», aporta. «Les digo a mis hijos que aparquen lejos del contenedor», afirma, ya que la peligrosidad está latente. Entre las posibilidades, los residentes hablan de colocar cámaras de seguridad para detectar a los culpables. Juan, encargado de un puesto ambulante de higos chumbos, pide a las autoridades «mano dura para que no ocurra una desgracia». Entretanto, unos aquejan la falta de policía, otros vecinos leen el periódico, ya que reconocen no haber escuchado a los bomberos. Uno de los clientes del bar Fernández recapitula todavía atónito: «Acabaron de terminar de apagar dos cuando salieron corriendo a sofocar otros en la misma calle», lamentándose del complot entre los infractores. En la farmacia se escuchan expresiones como «mala idea» o «esto luego lo pagamos con impuestos». Solamente piden que vuelva la tranquilidad el resto de verano. Que así sea.