El miedo es una de las seis sensaciones primarias de la mente humana. La única que permite la supervivencia. De las seis, solo la alegría se ha ausentado de Barcelona desde el jueves, poco más tarde de las 17 horas. Los barceloneses han vivido desde entonces en un tránsito no lineal entre la sorpresa, la ira, la tristeza, el asco, y, sí, el miedo. Dijo Mark Twain que la valentía no es la ausencia del temor, sino la resistencia a él para, después, dominarlo. A la luz del comportamiento de los barceloneses cabe concluir que los terroristas fracasaron. Consiguieron desencadenar el miedo entendido como una reacción instintiva, pero han fallado en su intento por extender esta reacción a un comportamiento colectivo social. «No tenim por».

La historia de Barcelona no es única. También neoyorquinos, madrileños, parisinos y londinenses, por decir solo algunos gentilicios del mapa maldito del terrorismo yihadista, domeñaron el miedo. Mapa del terror al que ayer tristemente se unió la ciudad finlandesa de Turku, con dos muertos y seis heridos en una serie de acuchillamientos que la policía investiga si responden a la yihad.

Eso significa que cada vez son más los que se sobreponen al instinto. Y como antes los barceloneses, son ahora estos ciudadanos, junto a muchos otros de Cataluña, España y el mundo que ahora se vuelcan con Barcelona y con quien la habita.

Todo ello fue palpable en el acto del viernes al mediodía en la plaza de Cataluña. Más de 30.000 personas de manera espontánea eligieron un lema de la resistencia barcelonesa a sabiendas de que eso es lo que más duele a los bárbaros. 30.000 personas gritaron «No tengo miedo» tras un desgarrador minuto de silencio en el que tan solo se escuchó el zumbido de los generadores eléctricos.

También fue percibible ese desafío al propio instinto en la solidaridad con las víctimas. Las directas del atentado, y sus familias, con colas para donar sangre y búsqueda de espontáneos traductores, y las indirectas, con aquellos que de estancia pasajera en Barcelona se quedaron sin poder acceder a su alojamiento. También con los propios barceloneses que tuvieron que soportar colas de varias horas por los controles policiales y quienes los vecinos, por ejemplo, de la Meridiana avituallaban con agua y comida.

Solidaridad, reconocimiento y homenaje también a los Mossos d’Esquadra. Un cuerpo que lleva camino de simbolizar en este 17-A lo que la policía y los bomberos de Nueva York supusieron en el 11-S y los servicios de emergencia madrileños en el 11-M.

Porque los agentes también reaccionan con miedo. Verbigracia, cuando ven que un vehículo les arrolla para saltarse un control o cuando detectan que los sospechosos se dirigen con funestas intenciones al paseo marítimo de Cambrils. Y también ellos, los y las agentes, acaban por dominar su temor y actúan contra los bárbaros en un crucial o ellos o los ciudadanos. Y abaten a cinco, cuatro mortalmente, entre ellos el autor material de la demente matanza de Barcelona. «No tiene miedo».

ALIVIO, PERO NO CONSUELO / Son horas en las que no cabe ningún consuelo, pero sí algún alivio. Como descubrir que el plan original de la célula largamente preparado por sus 10 integrantes, todos residentes en Cataluña, era cargar explosivos en dos o tres furgonetas para multiplicar por 10 los estragos. Unas intenciones aún más que se frustraron por la deflagración en una casa de Alcanar, presumible centro de operaciones de los terroristas.

El control del miedo es signo de madurez. Madurez de una sociedad que distingue el islam y sus fieles del yihadismo. Que hace oídos sordos a las voces que, como los terroristas, solo buscan atizar el miedo y convertirlo en odio.

Madurez de una clase política que ha aparcado por unos días sus disputas, centradas en el procés, para unirse frente a la amenaza y la barbarie. Una unidad que exhibieron Mariano Rajoy y Carles Puigdemont tanto en la concentración de la plaza de Cataluña, junto al rey Felipe VI y la alcaldesa Ada Colau, como en los encuentros posteriores de coordinación policial entre los distintos cuerpos de seguridad.

Eso sí, ya se atisba, en un horizonte no muy lejano, la reaparición del proceso independentista con toda su virulencia dialéctica entre trincheras. Muy seguramente los hacedores de discurso político de cada bando estén ya pergeñando la modulación del mensaje adaptado al nuevo elemento vivido, el atentado. O eso, o Puigdemont actúa de manera preventiva cuando tilda de «miserables» a los que mezclen independentismo con eficiencia antiterrorista.

El «No tengo miedo» puede significar, además, una especie de propósito de enmienda de los barceloneses con su artería más famosa. Una Rambla de la que, paulatinamente, se han ido apartando desde que en 1992 se convirtiera en la calle Mayor de los JJOO. Habría que echar la mirada muy atrás para descubrir tantos barceloneses contando sus anécdotas, sitios favoritos y cuitas del antiguo curso del torrente.

ORGULLO DE BARCELONIDAD / Un propósito de enmienda que quizá esté relacionado con el incipiente rebrote de cierto orgullo de barcelonidad percibido estos días, un sentimiento que lideró la ciudad en los 80 y que también andaba en paradero desconocido desde hace ya lustros. Quizá solo sea una voluntad de no meterse en camisa de once varas al acompañar el nombre de la ciudad de una enseña nacional.

O a lo mejor es que el viejo lema de la Barcelona maragalliana, el Más Barcelona que nunca, con esa B tricolor mironiano en azul, rojo y amarillo encaja como nunca en esta ciudad que ha hecho algo más importante que no tener miedo: conquistarlo.