Cuando tenía apenas dos años, le diagnosticaron que sufría una discapacidad intelectual que, sin ser grave, haría que su vida fuera un poco más difícil que la de sus hermanas, sobre todo, de cara a los estudios. Pero eso no fue excusa para tratarla de un modo diferente y, desde entonces, no ha dejado de luchar y esforzarse cada día. Aunque confiesa que su mayor déficit hoy por hoy se da en el ámbito de la sociabilidad, en su dificultad para hacer amigos y encontrar un grupo social en el que encaje, lo cierto es que a sus 20 años se expresa mucho mejor que la media y su energía es un caudal inagotable. «Cuando terminé la ESO, hice un grado medio de auxiliar de Enfermería y en este momento estoy concentrada en sacar unas oposiciones para el SAS y conseguir el B1 de inglés». Sus lagunas las suple con grandes dosis de inteligencia emocional que aplica, entre otras cosas, en su tarea como voluntaria de Cruz Roja en atención a la infancia y juventud. «Mi pasión son los niños, acudo a menudo al hospital para animar a los que están ingresados, jugar con ellos e intentar que su día a día sea más llevadero». Según relata, en su familia nunca la han tratado de forma distinta por su capacidad. «Creo que darme libertad y no sobreprotegerme me ha hecho ser más fuerte», afirma convencida, «todo lo que he conseguido ha sido con fuerza de voluntad». Su reto es conseguir un trabajo gracias al cupo para minusválidos. «Voy a estudiar duro hasta que lo consiga, uno no se puede rendir jamás».