Jesús Poyato empezó a tener problemas de sobrepeso a los 14 años. "Al principio, era una cosa llevadera, pero luego fue a más y al cumplir los 30 años pesaba 170 kilos". Con antecedentes familiares de obesidad, Jesús tenía un trabajo sedentario y comía siguiendo una supuesta dieta mediterránea en la que predominaban las grasas animales y además intercalaba comida rápida y picoteo continuo. "También había épocas en las que hacía dieta, pero no funcionaban... hasta que me asusté porque, además de la falta de agilidad y de los problemas para encontrar ropa o para la higiene personal, empecé a sufrir hipertensión, diabetes, no podía respirar y me pasaba las noches en vela por la apnea del sueño y la incomodidad". La vida de Jesús se volvió un infierno por el exceso de peso y, tras visitar al médico, empezó a asistir a los cursillos de nutrición que imparte un equipo de enfermos de Endocrinología en el hospital Reina Sofía. "Los talleres son un paso previo a la operación de reducción de estómago y son fundamentales porque si no te mentalizas no sirve de nada que te operes". De ahí que Jesús solo recomiende operarse a quienes estén dispuestos a cambiar su estilo de vida. "Esta intervención no es de cirugía estética, sales del quirófano con el mismo peso pero con un estómago más pequeño, que te obliga a comer menos porque ya no te cabe lo que antes, así que vas perdiendo poco a poco, yo me operé el año pasado y ahora peso 116 kilos, pero tengo que llegar a 80 o 90, por eso lo importante es cambiar tus hábitos alimenticios y hacer ejercicio", asegura Jesús, que recuerda el postoperatorio como una experiencia dura. "Fue muy doloroso porque te abren desde el esternón hasta el ombligo, pero no me arrepiento, he recuperado la agilidad, tengo la tensión normal y he vuelto a dormir del tirón".