David, Manuel y Mercedes perdieron a su madre de forma fulminante, a causa de un cáncer de páncreas, hace muy poco. No era la primera vez que se enfrentaban al doloroso trance de firmar la herencia ante notario. Ocho años antes falleció su padre, lo que obligó a repartir sus bienes entre madre e hijos. El aparente estado de buena salud de ella no les hizo prever un final tan repentino. No había testamento. Tampoco hizo falta. El legado incluía el piso familiar y una séptima parte de una finca rústica y un apartamento que la madre y sus otros 6 hermanos recibieron a la muerte del abuelo, a repartir entre otros 3. Hace unos días, pagaron la factura de la notaría, algo más de 5.000 euros que incluyen «gastos de gestión, registro, plusvalía, IVA y Hacienda». Al ser descendientes directos de la persona fallecida, ser 3 herederos y no superar la herencia el tope máximo, están exentos de impuesto de sucesiones. Pese a ello, se quejan de haya que pagar dos veces por una la propiedad. «Al morir mi padre hubo que pagar para poner las cosas a nombre de mi madre y nuestro y ahora hay que pagar de nuevo para que lo suyo esté a nombre de los tres», señala, «el dinero en metálico que tenía mi madre guardado ha ido a pagar esa factura». Ahora temen «la declaración de Hacienda» y los gastos asociados a las propiedades. «Parece que siempre hay algo más que pagar».