Sebastian Rinken (Freiburg, Alemania, 53 años de edad) es vicedirector del Instituto de Estudios Sociales Avanzados del CSIC y, en el marco de su trabajo en este centro, se ha dedicado fundamentalmente a investigar las migraciones internacionales con destino a España. Dirigió el Observatorio Permanente Andaluz de las Migraciones entre los años 2007 y 2013, y afirma que «es un mérito colectivo que la población andaluza haya sabido mantener el sosiego en una situación muy complicada y no se haya convertido a la población inmigrada en chivo expiatorio» a causa de la crisis económica.

-¿A qué puede deberse el repunte de las concesiones de nacionalidad, que han crecido en Córdoba un 40%?

-No es especialmente llamativo si vemos la serie histórica de las nacionalizaciones. El dato que he encontrado del 2016, 389, tampoco es un número que nos llamaría la atención especialmente. Siempre hay algo de altibajos en una serie histórica.

-¿Qué particularidades tiene Córdoba en este ámbito?

-Lo primero que hay que decir es que en Córdoba hay poca inmigración. La proporción que le corresponde sobre el total en Andalucía y en España es muy escaso. Por tanto, que tengamos relativamente pocas nacionalizaciones es lógico. En el año 2016 el primer colectivo por nacionalidad anterior han sido los marroquíes en Córdoba. Como otras muchas nacionalidades, tienen que esperar diez años mínimo de situación regular y estable en España para poder solicitar la nacionalización por residencia. En cambio, muchos países de Latinoamérica tienen un trato especial en la legislación vigente. Ya pueden proceder a solicitar su nacionalización después de solo dos años de residencia legal. Se deduce que en fechas recientes una proporción un poco más elevada del colectivo marroquí ha podido cumplir esos requisitos.

-¿La baja cifra de población extranjera en Córdoba quiere decir que esta provincia es menos atractiva que otras?

-Me temo que sí. No tenemos ni costa ni empleo. ¿Dónde va la emigración procedente del extranjero? La que viene con fines residenciales busca esencialmente la costa. La que viene por motivos laborales, busca las oportunidades.

-Uno de los temas que ha investigado es la opinión pública ante la inmigración, ¿qué piensan los cordobeses?

-En muchos lugares de Andalucía, e incluso en gran parte de España, comparten unas pautas generales muy parecidas en cuanto a las actitudes ante la inmigración. Lo primero que diría no es lo que diferencia a Córdoba, sino lo que une a la opinión pública cordobesa con la que podemos encontrarnos en general. Lo primero que subrayaría es el sosiego, en general, que se ha sabido mantener en España, y en Andalucía y en Córdoba, en materia migratoria, pese a una crisis económica muy severa. En Córdoba apenas hay inmigración, es más difícil que se produzcan inquietudes. Que la población andaluza haya sabido mantener el sosiego en una situación muy complicada y no se haya convertido a la población inmigrada en chivo expiatorio es un mérito colectivo que tenemos que subrayar. En cuanto a la especificidad de la población en Córdoba, hay un colectivo relativamente grande de procedencia rumana, más alta que la media andaluza y que la española en cuanto a proporción sobre el total de las personas inmigradas. Hay una parte de ese colectivo que se dedica a pedir en la calle y que tiene muchísima visibilidad, aunque sea quizá una proporción muy pequeña del total. No descartaría que eso pueda influir en la imagen del colectivo inmigrante.

-¿Qué perspectivas de integración tienen los inmigrantes en Córdoba?

-No he estudiado la realidad en la ciudad de Córdoba. En términos generales, la sociedad española y la andaluza se merecen un aprobado e incluso notable en cuanto a su capacidad de integración. Con otros compañeros, hemos hechos dos amplios estudios sobre los indicadores de la integración con tres puntos de medición: justo antes de la crisis, a medio camino y ahora a la salida. Podemos ver que en temas de bienestar material y de empleo el impacto fue muy fuerte y desfavorable para la integración, pero en otros ámbitos como la ciudadanía y en convivencia y relaciones sociales, la crisis no se ha llevado por delante esas dimensiones de la integración. Es más, en situación administrativa hemos mejorado muchísimo. A día de hoy, la amplísima mayoría de la población inmigrada ya tiene nacionalidad española o tiene residencia duradera garantizada.

-Usted es alemán, ¿cree que se trata de forma diferente a los inmigrantes dependiendo del país de origen?

-A veces el término inmigrante se tiende a asociar más con determinado tipo de motivaciones. La procedencia, precisamente, de países menos desarrollados y venir para mejorar el bienestar material. De esa definición estaríamos excluidos los guiris entre comillas. Sí que se les tiende a tratar distintamente a los inmigrantes de distintas procedencias, puede ocurrir. En general, el trato tiende a ser bueno, con matices y alguna salvedad, para todas las procedencias. Hay que reconocerle a la sociedad andaluza su buen talante. Mucha gente, cuando se le pregunta cuál es el mejor sitio para vivir, dice de cabeza «pues aquí», muy convencidos incluso quienes no han viajado nunca. Se ve natural que vengan otros a vivir, pero se acepta como parte de la generosidad del pueblo andaluz.