El número diez es especial. La sonrisa pícara de Fede Cartabia también. Saltó al césped por primera vez como titular y su mirada se perdía en el aire. De blanco impoluto, miraba de reojo al balón mientras calentaba, un trote muy suave, que no convenía perder una sola gota de sudor antes de tiempo. Cada vez que encaraba la tribuna debía cerrar los ojos porque el sol cegaba, aún por encima del anfiteatro. Tardó 45 minutos en marcharse, los mismos que el Córdoba en aparecer. Solo lo hizo el argentino de forma esporádica. Insuficiente. Dos jugadas no compensaban el tremendo calor que pasaba la afición.

Después de la puesta en escena del Bernabéu, se esperaba con ilusión el debut en El Arcángel. "¡Que ante el Madrid todos los equipos juegan bien!‡", avisaba un hincha del Celta.

En la banda el debate era comparativo. Fotógrafos y cámaras de televisión recordaban las comodidades de hace siete días. "Es inadmisible que el club no dé ni una botella de agua con estas temperaturas‡", se escuchaba entre ellos. "¿No iban a copiarse del Madrid?‡", se preguntaban mientras el balón rodaba ya, la afición enloquecía y Cartabia empezaba a hacer de las suyas. Era el único, ante la desesperación de los fotógrafos, que no tenían nada que capturar.

El gol del Celta acabó con la monotonía y despertó a algunos jugadores del Córdoba, pero seguía siendo Fede el protagonista. Tan pronto aparecía por la derecha como caía a la izquierda o se colaba por el medio.

Durante siete minutos la incertidumbre invadió El Arcángel. Hasta que el omnipresente Fede empujó el rechace y el estadio por fin vio un gol de su equipo en Primera División. Fede no se volvió loco. Se besó la mano, extendió sus brazos y se dirigió al córner de la preferencia. Allí dio un salto hasta que le estrujaron la cara. Se amontonaron sus compañeros en torno a él y pugnaron por ver quién espoleaba más a la afición. Con especial énfasis lo hicieron Garai, Havenaar y Pinillos. Cuando dejaron libre a Fede, él mismo ánimo los hinchas alzando los brazos. Para entonces, estos ya clamaban su nombre. "¡Fede, Fede, Fede!", gritaban alargando todo lo posible la vocal.

La sombra cubrió el verde. Fueron los mejores minutos del Córdoba. Borja García seguía siendo Borja García, el mismo de hace tres años. A su ritmo, dejó un par de detalles con el balón, al que hizo suyo por momentos. De aquella época también era Charles, que recibió un abucheo al saltar al campo. Luego recibió el cariño de los que fueron sus compañeros, Borja y López Silva.

Nada más acabar el choque, con esos colores de fondo que se forman en el cielo cuando anochece, los jugadores se desfondaron. Con las manos en las rodillas, apenas eran capaces de levantar la barbilla. El público reconoció el esfuerzo con un emotivo aplauso. Fuera, cinco chiquillos jugaban con una pelota mientras sus padres preparaban la barbacoa. Dos de ellos tenían el diez a la espalda. El diez de Fede.