Los discursos, discursos son, y pocas veces en la seriedad y trascendencia de lo que se cuenta, más aún en un acto tan ceremonioso como el de anoche, hay cabida para anécdotas, por muy campechano y bien trabado que esté el relato.

Pero quizá ayer había un clima de alegría, de inmensa gratitud y de cercana humanidad que plagó las propias intervenciones de momentos íntimos para recordar. Sin ir más lejos: con el primero de los discursos de agradecimiento, de Amelia Sanchís, cuando se dirigió a los presentes sin distinción llamándolos «seres humanos». Cuando terminó su bien hilado discurso, se comprendió que precisamente el de «ser humano» no es poco título del que estar orgulloso.

Pero para intervención bien trabada con humor y demoledora fina ironía, la del juez Castro. Pausadamente, dio lectura a una meticulosa reflexión, propia de juez de Instrucción, hasta llegar a la conclusión de que su título de Hijo Predilecto de la ciudad no es consecuencia de haber hecho algo más especial que «cumplir con su deber», sino de la «novedad» de haber sufrido ataques y presiones «legales « e «ilegales» al instruir el caso Nóos. Así, «no puedo más que agradecer a esta belicosidad el estar aquí», dedicándole el título de Hijo Adoptivo justo a los que le vapulearon. El aplauso y las risas fue general.

Más emocional fueron los discursos de Blanca del Rey o de Álvaro, el hijo de Andrés Ocaña, que puso en su sitio (en el mejor sitio) la figura de su padre sin pretensiones de «hacerlo santo». Por supuesto, en cuestión de anécdotas no faltaron los corrillos de antes y después de la ceremonia, donde se mezclaban personalidades del mundo de la investigación y universitario con el flamenco, de la acción social y del movimiento vecinal más reivindicativo con autoridades a las que reivindicar cara a cara, o, cómo no, con los momentos de dejarse fotografiar con los galardonados para recordar lo mucho que han hecho y lo que hay que aprender de ellos.