Eli es una mujer de 30 años y tiene una hija. Por razones de seguridad, este diario no ofrecerá ningún otro dato personal sobre ella, porque durante doce años ha sufrido la violencia de su compañero sentimental y ha tenido que abandonar su ciudad y a los suyos para comenzar una nueva vida sin palizas ni cuchillos amenazantes.

-- ¿Cuándo comenzaron las agresiones?

-- A los 14 años, ya éramos novios y ante cualquier discusión se ponía violento y me pegaba. Yo no le daba motivos, pero siempre era así.

-- Aún así, seguiste con él.

-- Sí, ahora no sé cómo pude estar con él, pero le quería. Mis padres y mis hermanos me decían que lo dejara, que no debía estar con él. Y yo lo dejaba un tiempo, pero luego él me pedía perdón y hasta me hacía sentir culpable de sus hechos, como si yo le provocara. Era como una enfermedad mental.

-- ¿Crees que sufría un problema mental?

-- No sé, también es cierto que él ha vivido los malos tratos en su familia, su padre le pegaba a la madre. Para él era algo normal. Yo hablaba con su madre y me decía que una mujer debe aguantar a su marido, que así son las cosas. Me imagino que todo eso tiene algo que ver.

-- ¿Mejoraron las cosas cuando os fuisteis a vivir juntos y nació vuestra hija?

-- No, todo siguió igual o peor. Yo siempre intentaba evitar todo lo que le desagradaba, pero seguía encontrando razones para pegarme. Además, ya no sólo eran las manos, sino que empezó a amenazarme con cuchillos.

-- ¿Cuándo pediste ayuda?

-- A los 26 años. Fui al Instituto Andaluz de la Mujer y allí me informaron de todos los recursos que había. Me fui a una casa de acogida y por fin me quité al ogro de encima.

-- ¿Habías intentado recurrir a tus familiares?

-- Mis hermanos me hubieran ayudado, pero yo sabía que era meterles el problema en sus casas, porque él hubiera ido a buscarme y mis hermanos no se iban a quedar tan tranquilos viendo cómo me pegaba.

-- ¿Te sientes segura con la protección que te ha dado el IAM?

-- Sí, aquí me siento segura. Yo soy de otra provincia andaluza, pero ya tengo mi vida hecha en Córdoba, estoy trabajando y sé que el dinero que gano es para mí y para mi hija, no vendrá él a quitármelo todo.

-- ¿Sigues en la casa de acogida?

-- No, estuve allí cuatro meses y después siete meses en un piso tutelado, donde no pagaba el alquiler pero sí el resto de los gastos. Ahora ya soy independiente, vivo con mi hija, y mis familiares pueden venir a verme.

-- ¿Cómo ha vivido tu hija esa dura experiencia?

-- Ella ha visto los malos tratos, pero no los ha sufrido, entonces sí que yo le hubiera matado a él. Pero aunque sólo tenía cuatro años cuando me fui, la niña era muy nerviosa, nunca se podía estar quieta. Veía cómo su padre me pegaba o me sacaba un cuchillo. Ahora ha cambiado, está mucho más tranquila.

-- ¿Crees que la nueva ley podrá evitar este tipo de cosas?

-- He oído hablar de la ley, pero no sé mucho de ella.

-- ¿Qué haría falta para acabar con la violencia de género?

-- Que se la tomen más en serio, que las penas sean más duras y que no haya que ir medio muerta al médico para que te crean. Yo lo denuncié y lo condenaron por una falta a 15.000 pesetas de multa. Y yo me había jugado la vida al denunciarlo. Además, los agresores no tienen miedo a nada, dicen "te mato y aunque vaya a la cárcel, son sólo unos años y luego saldré cobrando el paro".

-- ¿Está la sociedad sensibilizada con este problema?

-- Sí, tal como están las cosas las gente se va concienciando, pero nadie se quiere meter en problemas. Los vecinos oyen los gritos y no intervienen, porque es llevar el problema a sus casas. Algunos al menos llaman a la policía y es lo que deberían hacer. Pero siempre es la mujer la que debe dar el paso. Yo misma no sabía en lo que estaba metida, he estado 12 años con un hombre que me trataba con la punta del pie, no merecía la pena, ahora no lo encuentro lógico.

-- ¿Qué le dirías a una mujer que esté sufriendo lo mismo que tú has vivido?

-- Que piense en ella y en sus hijos, ese ambiente no es el adecuado para que crezca un niño, ni para nadie. Y que luchando se puede salir. Cuesta, porque hay que dejar tu familia, tu ciudad, todo. Yo no quería quedarme en mi casa porque sabía que me jugaba la vida. Con 26 años y una hija de cuatro tuve que empezar de nuevo. Pero se consigue, parece mentira, pero se puede salir de eso.