Hay discursos y palabras y hay realidades y ayer en el National Mall de Washington, donde cientos de miles de personas han presenciado en directo la toma de posesión de Donald Trump, quedó claro que unas y otras no van siempre de la mano. «Cuando América está unida, América es totalmente imparable», dijo Trump en su primer discurso como presidente. Pero ahí mismo, mientras sus palabras resonaban a través de las pantallas gigantes, mientras chispeaban unas gotas de lluvia y él hablaba de un país que «comparte un corazón, un hogar y un glorioso destino», se pudieron ver y sentir las profundas divisiones que provocan él y su elección.

Joseph Glasglow, por ejemplo, llegó desde Oklahoma. Apoya con fervor a Trump; forma parte de un grupo que luce unas sudaderas rojas donde está impresa la frase #everythingpatriot (todopatriota); define su movimiento como uno «profuerzas del orden, proTrump, proveteranos y promilitar» y dice orgulloso que «minusvaloraron a los deplorables», un insulto con el que Hillary Clinton descalificó a algunos votantes del republicano y que ahora enarbolan como una medalla.

A su lado está Elizabeth Parr, una mujer de 38 años que viajó desde Chicago a Washington para algo muy distinto a la celebración. «Trump ha mostrado su falta de inteligencia y de compasión y lo mejor que podemos hacer es dejar registrado nuestro desacuerdo con el presidente elegido, avisar de que no vamos a dejar que nos quiten nuestros derechos o que nos acosen», dijo. «Esto es lo más americano que podemos hacer hoy».

Entre Glasgow y Parr, que anuncia que va a participar el sábado en la Marcha de Mujeres, saltan las chispas. «Mañana no importa. La gente con huevos está hoy aquí. Trump será un gran presidente», le espeta él. «Tu presidente es un estúpido», contesta ella. «Respeta a tu presidente», sigue él.

Hay tensión pero no violencia, enfrenTamientos dialécticos pero no físicos. Pero eso es en el Mall. A lo largo de la jornada, en varios puntos de la ciudad, incluyendo en algunos accesos a la zona sellada, las cosas fueron a más. Para las 13.30 horas se habían producido cerca de 100 arrestos y se habían registrado algunos actos vandálicos, a los que las fuerzas del orden respondieron con uso de gases y otro material antidisturbios. Los manifestantes cortaron el tráfico en algunos lugares y en algunos de los enfrentamientos hubo heridos.

Seis de los opositores a Trump llegaron incluso a sentarse en el espacio más cercano del público al presidente y trataron de interrumpir la jura de su cargo. Sus camisetas deletreaban la palabra resist (resistir) y de sus gargantas, antes de ser desalojados por agentes de seguridad, ha salido el grito: «Nosotros, el pueblo».

«Quieren que hagamos como que esto es normal pero es lo menos normal que podía pasar», dijo en el Mall Tyler, un joven de 27 años que había llegado desde Syracuse, en Nueva York, también para protestar a Trump. «Esto no es mi América y Trump, con su discurso de campaña lleno de odio y xenofobia y misoginia es la antítesis de muchos valores americanos». Él asegura entender que el ya expresidente, Barack Obama, se haya mostrado extremadamente respetuoso con la transición («especialmente siendo el primer presidente negro»), pero también lanza un «ojala hubiera hablado más». Y alzando una pancarta que despide al presidente que acaba de llegar («Good bye, Trump»), insiste en que «hay que romper tradiciones». «Algunos me han insultado, otros se han reído de mí, pero también he podido dialogar con algunos votantes de Trump y eso, o las fotos que nos están tomando, nos da más exposición que si estuviéramos solo gritando».

Entre quienes expresaban respeto al derecho al disenso y a la protesta pacífica en el Mall estaba Stephen Tyma, un empresario de Maryland y votante de Trump cuyos ojos azules se iluminaban hablando de una jornada «histórica» y de la elección de alguien «que no es un político» y que, en su opinión, «representa a la América que trabaja duro, representa la capacidad de tener éxito».

Tyma quería «apostar porque Trump logrará la unidad que ha prometido». Y aunque admitía que «en el discurso podía haber sido un poco más inclusivo», quizá tendiendo algún puente más a los demócratas, cree también que «las divisiones van a rebajarse».

Trump, sin duda, consiguió que sus votantes crean su promesa de que va a unir al país. Es en lo que se muestra confiado Christopher Brown, un soldado de 27 años (que se confiesa «cómodo» con la idea de un outsider sin experiencia política o militar como comandante en jefe). Y es en una de la cosas, como en la creación de trabajo, en que pone su esperanza Penny Saylor, una motera de 56 años que ha llegado desde Kenton (Ohio) y que pide «que se le de una oportunidad». «Creo que va a acabar con todo el odio y las luchas internas», dice. «La gente grita ‘discriminación’ pero no la hay. Quizá algo pero no tanto como se denuncia».

Saylor habla con una seguridad que está totalmente ausente del rostro y las palabras de Kya Vega-Allen, una adolescente negra de 18 años llegada desde Chicago que ha querido estar en la toma de posesión solo «por la experiencia». «Como ser humano Donald Trump me parece horrible: cómo trata a las mujeres, a las minorías…», dice.

EMOCIÓN / Tristeza es también el sentimiento que expresa David Reed, un profesor de instituto que ha llegado desde el estado de Nueva York con 100 alumnos y que luce en su pechera un cartel con el número 2.964.974, los votos de ventaja que Hillary Clinton sumó frente a Trump. Este maestro suma a sus sentimientos personales sobre el nuevo presidente el «asco», pero es capaz de dejarlo de lado ante su obligación ante sus alumnos. «Para la mayoría es la primera visita a Washington de sus vidas. Es la emoción de sus vidas».