La reforma anunciada del sistema de pensiones puede dar un vuelco importante en el plantemiento que los jóvenes hagan de su futuro. Todo aquel que sueñe con jubilarse a una edad que no supere los 65 años tendrá que ir pensando en empezar a trabajar como máximo a los 26 años. Una meta complicada para aquellos que se embarquen en una carrera universitaria. La nueva norma permite cotizar a los becarios, en programas formativos o de investigación, pero podrán hacerlo durante un máximo de dos años y ajustándose a una serie de requisitos en los que las empresas tendrán mucho que decir. Así, un joven que acabe sus estudios en la universidad a la edad de 23 años, tendrá que darse mucha prisa para encontrar un empleo estable lo antes posible. Repetir curso o estudiar alguna de las carreras que, como Medicina o Ingeniería, requieren periodos de formación más largos, supondrá un hándicap añadido, frente al cual cabe plantearse optar por una formación profesional, que además de ofrecer más salidas laborales en muchos sectores, exige un periodo estudiantil más corto. El boom de los estudios universitarios registrado en las últimas dos décadas podría así sufrir un parón, en el que las mujeres, cuya edad de incorporación al mercado laboral ya es más tardía que la de los hombres, podrían verse más afectadas que los hombres, siempre que quieran plantearse tener hijos. Difícil reto el de la maternidad que, inexcusablemente, chocará con la necesidad de impulsar la natalidad en una sociedad cada vez más envejecida. Y ¡ay! de quien pierda el puesto de trabajo antes de tiempo y se vea en el paro con más de cuarenta años. En fin, que todo son ventajas.