El 14 de septiembre del 2017 es una fecha que nunca olvidará Cristina Luque Dueñas. Justo un año antes su novio y ella se habían comprado un piso. Un hogar que estaban montando con mucha ilusión. Pero ese día Cristina recibió la noticia del hospital Reina Sofía de que padecía una leucemia aguda de mielofibrosis. «En julio del año pasado me notaba unas molestias en la espalda, por la zona de los riñones, y acompañado todo de fiebre. Tras varias analíticas que no aclaraban qué me pasaba, por fin el 14 de septiembre me confirmaron que padecía esa leucemia. El 16 de septiembre empecé con el primer ciclo de quimioterapia, que se complicó y estuve cuarenta días ingresada», relata esta cordobesa de 33 años.

Ese primer tratamiento de quimioterapia le produjo graves consecuencias. Le afectó a la respiración y se le encharcaron los pulmones, entre otros problemas. Tras dos semanas de descanso en casa, comenzó el segundo ciclo de quimioterapia, con un ingreso de 30 días, hasta la espera del trasplante. Pero debido a los efectos de la leucemia tuvo que ingresar por tercera vez el 29 de diciembre hasta el 25 de enero, que fue cuando recibió el injerto de médula tan esperado.

«Mi madre era 50% compatible conmigo, pero apareció un donante del registro mundial, al que pertenece la Redmo-Fundación Carreras, que era 100% compatible y programaron el trasplante. Y veinte días después pude salir del hospital y notar el aire de la calle», cuenta. «Quiero agradecer que en el Reina Sofía existe el mejor equipo de profesionales de hematología y aféresis, a nivel laboral y humano, pero en las habitaciones en las que estábamos aisladas varias pacientes con leucemia, las muñecas pelonas nos llamamos, se podrían mejorar las vistas», indica.

«He tratado de ser muy positiva, pensando que esto era como un resfriado del que iba a salir. Lo que más me ha dolido, mucho más que la quimio y las infecciones que conlleva, es que durante mi enfermedad me hayan despedido de mi trabajo, aunque tenía contrato indefinido. También me ha afectado mucho no haber podido preservar mis óvulos, aunque en el Reina Sofía lo han intentado, pues debido a los fuertes tratamientos no podré ser madre de forma natural. Sin embargo, afortunadamente hoy en día existe también la donación de óvulos, a la que intentaré acogerme», añade Cristina. «Estoy muy agradecida a todos los profesionales sanitarios del Reina Sofía y a los voluntarios de la AECC que me han ayudado en estos meses. En el hospital han probado incluso conmigo una novedosa técnica, que se estudia en Valencia, por la que me implantaron a modo de tratamiento células madre, extraídas a mi hermana», resalta esta joven.

Cristina no conocía a Juan Luis López Cánovas, donante de médula ósea, pero este diario los ha reunido para simbolizar la unión de solidaridad y esperanza y reflejar así el positivo resultado de donar un tejido u órgano. Antes que su padre necesitara en el 2016 un trasplante de médula, Juan Luis, graduado en Biología y alumno de un máster de investigación biomédica traslacional del Imibic, ya era donante de médula ósea. Este cordobés, de 22 años, se hizo donante de sangre y de médula a los 18 años, en una colecta del Centro de Transfusión en el campus de Rabanales.

Amor de hijos

«Mi padre necesitaba un trasplante y tanto mi hermano mayor, Antonio, que tiene 30 años, como yo éramos compatibles con mi padre, pero mucho más mi hermano por lo que al final él fue el donante, un donante haploidéntico, porque era al 50% compatible», explica Juan Luis. «Si antes del trasplante de mi padre ya estaba concienciado, desde entonces lo estoy mucho más, y más aún por mi interés en la biomedicina. Ser donante de sangre es fundamental, porque permite realizar a diario cientos de actos sanitarios, y ser donante de médula también, porque nunca se sabe si podrás ayudar a alguien que lo necesita», apunta.