La percepción más extendida sostenía que Alfredo Pérez Rubalcaba había ido perdiendo su cómoda ventaja ante una Carme Chacón que había sabido combinar con habilidad estrategia y pasión. La incógnita era si en los pasillos del 38º congreso y en los discursos se culminaría la remontada, o se estiraba lo suficiente la ventaja.

Los augurios proclamaban máxima igualdad y no se equivocaban. Se dio y tanta que incluso debieron recontar varias veces, provocando una larguísima espera que para muchos representó una mala señal de cuánto puede venir. De hecho, la primera intervención del nuevo secretario general debió emplearse más en desactivar la impresión de quedar muchas heridas abiertas y demasiada gente deseando echarles sal, que en dar las gracias y transmitir entusiasmo. A Chacón le tocó pedir al partido ponerse en pie. A Rubalcaba le toca acreditar que se ha levantado.

Para que los discursos fueran decisivos, los candidatos deberían haber aprovechado al máximo sus fortalezas y minimizado sus debilidades. A Rubalcaba se le daba por supuesta la solvencia y la experiencia, pero se le había imputado transmitir cansancio, ofrecer una solución de transición y con fecha de caducidad. Se le veía de secretario general, pero no como candidato capaz de retar de nuevo a Rajoy. A Carme Chacón se le reconocía el entusiasmo y las ganas de ganar, pero se le había reprochado ofrecer mítines en vez de articular un discurso. Se la veía como candidata, pero no una secretaria general para tiempos de penuria.

Ninguno acertó con una intervención que resolviera esas dudas y le confirmara como la mejor opción para ambos roles. Así que solo podía ganar quien se hubiera equivocado menos. Y ese resultó ser Rubalcaba. Seguramente no perdió ni un solo apoyo con su alocución, mientras que con la suya Chacón no sumó ni uno solo de los votos que necesitaba. No supo aprovechar su oportunidad y Rubalcaba simplemente no falló.

El desorden que guió las intervenciones de ambos candidatos ofrece la mejor prueba de hasta qué punto el resultado andaba apretado. Les pudieron los temores e incertidumbres sobre qué debían decir para ganar un voto y qué debían callar para no perder un voto. Incluso en el desbarajuste dialéctico, el ganador tuvo la lucidez de hablar primero al partido y luego a los de fuera, no al revés. Los congresos se ganan en el partido, no en los medios.

Chacón confirmó su cartel como candidata. Puso pasión, fe y contundencia en su oratoria. Se ofreció de manera convincente para liderar el asalto al inmenso poder acumulado por el Partido Popular. Pero le faltó la intuición de darse cuenta que ayer tocaba sobre todo pronunciar un discurso, no dar un mitin. Para sumar apoyos debió haber apostado por un relato tranquilo, ordenado y solvente, donde los aplausos vinieran más por el fondo que por la forma. Le sobró fervor. Le faltó orden y estructura. Darle a los delegados un esquema de pensamiento con que indentificarse y sentirse seguros.

Rubalcaba tuvo el acierto de ser fiel a sí mismo. Le faltó la audacia para ofrecerse también como candidato. Dejó la sensación de que nunca entenderá bien cómo funciona la competencia electoral moderna. Pero en cambio, confirmó mejor que nunca su capacidad para administrar las cualidades que todo el mundo le reconoce. Fue a lo seguro y ofreció seguridad. Explicó con orden, claridad y pausa cómo lo veía y cuál era su camino. Lo dijo San Ignacio, en tiempo de gran tribulación, nunca hacer mudanza. Es una verdad universal que casi siempre funciona.