«A los módulos no se puede entrar con miedo, porque los internos se dan cuenta», afirma Pedro, nombre ficticio que este diario ha dado a un funcionario de la prisión de Córdoba que ha sido agredido por reos y que ha accedido a contar su experiencia de forma anónima. La situación de los módulos, el carácter de los internos o la falta de medios materiales y personales son algunas de las circunstancias señaladas por los profesionales consultados como factores que inciden en esta violencia, que se ejerce en un medio muy desconocido, por lo general, para el resto de la sociedad.

Pedro opina que los presos «cada vez están más crecidos al enfrentarse a nosotros, no temen a lo que hay», y abunda en que «se tapan algunas cosas y apenas se ponen sanciones». Destaca que la falta de respeto es «lo que más se lleva ahora» y matiza que, en ocasiones, las agresiones solo responden a la voluntad del preso de salir de un módulo donde tiene un enemigo.

Este trabajador cree que los medios para afrontar su día a día «son escasos y antiguos», y, por ejemplo, «los guantes de cacheo son de la peor calidad», mientras que «en algunos módulos no hay ni esposas, que son de estas chinas que un interno violento puede romper». Cuando el walky talky está roto, entran en el patio sin él, lo que limita su posibilidad de pedir ayuda.

A esto se suma que «tampoco nos dan preparación para saber cómo reducir al interno», aunque «últimamente están dando algún curso». Pedro reclama «que te preparen para, a base de dialogar, afrontar psicológicamente un momento de tensión». De este modo, preguntado por las situaciones que se le presentan, indica que cuando el problema con el preso se produce en un patio o una sala «lo mejor es intentar sacarlo, pero, si se tira a por ti, una reducción o intentar salir si hay muchos internos, porque puede provocar algo mayor». Acerca de la vida en la cárcel, añade que un módulo puede albergar un centenar de presos, «cuando está preparado para 72». En este sentido, comenta que en la cárcel existe «masificación y falta de compañeros», y «hay poco respeto por no ser autoridad, las sanciones últimamente son más pequeñas».

Conflictividad

De otro lado, Alberto, otro profesional agredido por un preso, recuerda que lleva en torno a una década trabajando y han intentado atacarle una veintena de veces, aunque su buena forma física le ha ayudado a evitarlo. Sin embargo, «tuve suerte hasta ese día», cuando «no lo vi venir y me dio cuatro puñetazos en la cara», subraya.

En su caso, también hace referencia a un exceso de población penitenciaria con el que «hay más internos que celdas, no hay sillas para todos en el comedor o no hay espacio en el gimnasio». Alberto se refiere a los módulos donde hay reos reincidentes y multirreincidentes, precisando que, «para ellos, es casi la jungla», y manifestando que «la gran mayoría de los problemas suele ser entre los propios presos, pero a veces acaban salpicando a los trabajadores».

Sobre el trato con esta población, de forma clarificadora alude a aquellas situaciones en las que una persona ve por la calle a alguien cuyo aspecto no le gusta y cambia de acera, detallando que «yo salgo al patio y hay 80 así». En este sentido, recuerda que en un módulo puede haber asesinos, violadores o traficantes de drogas, que son personas «más peligrosas» que otras, por lo que se limita su cifra respecto a otros módulos en los que pueden vivir hasta 140 internos.

En relación con la agresión que sufrió, puntualiza que «al que me dio cuatro puñetazos le cayeron seis meses de condena. Con el resto de los reos se han ganado el respeto y, si tienen una condena larga, les da igual». Este funcionario admite que «es complicado llegar a la edad de jubilación en esta situación», subrayando que «a mi familia le preocupa bastante» el contexto en el que trabaja y reconociendo que «aquí no hay vocación, aquí hay un sueldo».