Rafaela Sánchez Rodríguez, de 89 años, debería haber podido disfrutar de la tercera edad que cualquier persona sueña, rodeada de tranquilidad, después de haber trabajado tanto en la vida, de ser muy activa y de haber sacado adelante a 7 hijos sola, tras quedarse viuda con 42 años. Sin embargo, la enfermedad de alzhéimer empezó a mostrar sus primeros síntomas en esta cordobesa cuando tenía 72 años y poco a poco ha ido afectándole en sus distintas formas, pero sin lograr que Rafaela pierda esa sensación de encontrarse feliz y que transmite a todos los que tiene a su alrededor.

«Para mí el mejor momento del día es cuando mi madre llega a casa por la tarde, procedente del centro de día de la asociación Alzhéimer Córdoba. A pesar de todo, de esta enfermedad y de que su estado físico y mental se ha ido deteriorando, la noto feliz y me mira feliz y eso me compensa», señaló ayer Pepi Baena, hija de Rafaela, que vive con su madre en la misma casa. «Se ríe mucho con todos, con mi sobrina, Inma Baena, y conmigo. Le cantamos y ella disfruta. También se alegra con las visitas de la familia, incluidos los muchos nietos y biznietos que tiene», cuenta Pepi.

La asociación Alzhéimer Córdoba atiende a más de 300 familias y a más de 120 usuarios. Para ello cuenta, entre otros recursos, con un servicio de transporte que traslada a los usuarios, caso de Rafaela, desde sus domicilios al centro de día y luego de vuelta a casa, cuando se trata como en este caso de estancia diurna. «Mi madre desayuna y almuerza allí. Para mí fue muy duro decidir que fuera al centro de día, pensaba que era como abandonarla, a pesar de que desde la asociación de alzhéimer me animaban a ello. Durante un tiempo, en los inicios de la enfermedad de mi madre, tuve contratadas a personas que se quedaban con ella en la casa, pues no me quedaba más remedio porque yo estaba trabajando. Sin embargo, hace 8 años opté por que fuera al centro de la asociación Alzhéimer Córdoba», narra la hija de Rafaela.

«Y aunque hace poco me prejubilé, pensé que era mejor que siguiera recibiendo asistencia en este centro de día porque me di cuenta que dispone de personal especializado que permite que las personas con esta enfermedad y otras demencias no pasen todo el día sentadas o acostadas, dependiendo del grado de afectación. Y por lo que a mí me cuentan mi madre está allí muy bien, junto a otros usuarios», relata Baena.

Rafaela intenta hablar, pero ya se no se entiende lo que expresa, aunque algún día que otro si dice bien claro el nombre de Pepi. A pesar de las dificultades de Rafaela, Pepi ha aprendido a entender lo que le comunica su madre y ella siente el agradecimiento de su progenitora por ayudarla.

Pero esta patología, como otras neurodegenerativas, deteriora al paciente y acaba causando desgaste en sus cuidadores por las distintas fases que hay que superar. «Nunca le he tratado como una enferma. Al principio de la enfermedad mi madre se daba cuenta de que le pasaba algo. Un día era la olla que se quedaba puesta. Otro que no recordaba algo. Y lo que me llevó a confirmar que realmente podía ser esta enfermedad fue cuando me preguntó que cuándo íbamos a comprar picón para el brasero, con la de años que hacía que no lo usábamos. Ella se sentía mal y yo la tranquilizaba diciéndole que un despiste le pasaba a cualquiera. Un neurólogo privado, tras varias pruebas, me confirmó que padecía esta dolencia. El especialista me comentó que en los primeros 5 años no se notaría apenas la enfermedad y 18 años después ella aún puede andar. Su aspecto y salud general son buenos», señala la hija de Rafaela.

Vigilancia

Los cuidadores de este tipo de enfermos, en su mayoría mujeres y familiares de los afectados, tienen que estar muy pendientes de ellos debido a la desorientación espacial y temporal que sufren. Lo cual acaba en un susto, en más de una ocasión, cuando alguna vez el enfermo al que cuidan se sale de casa y hay que buscarlo hasta encontrarlo. Otro problema al que se enfrentan a diario los pacientes y cuidadores es cómo aceptar esta situación. «Mi madre ha pasado ya todas las etapas malas. De estar seria, de no dormir, de darse cuenta que algo ocurría, de mostrarse en alguna ocasión violenta al no comprender lo que le pasaba. Yo pensaba que no iba a poder sobrellevar su enfermedad, pero con el tiempo te vas amoldando. Aún así necesité ayuda psicológica durante un tiempo. Pero ya más sobrepuesta, pienso que he tenido suerte de tener esta madre tan buena, que me agradece con su mirada todo lo que hacemos por ella y eso me da fuerzas», añadió Pepi.