Un total de 757 menores fueron condenados en Córdoba el año pasado por un juez por cometer algún delito. Aunque las medidas judiciales más habituales son de régimen abierto y no requieren el internamiento, 126 de esas medidas supusieron el ingreso de 84 menores en un centro de reforma (un menor puede acumular más de una medida a lo largo de un año), una cifra superior a la registrada el año anterior. Por sexos, de las 817 medidas impuestas en el 2015, 691 se impusieron a chicos y 126 a chicas y de estas, solo 12 supusieron el internamiento de una menor, frente a 114 chicos internados.

La edad media de los menores internados en estos centros de reforma, según los datos facilitados por la Delegación Provincial de Justicia, oscila entre los 16 y los 18 años, ya que es habitual que vengan de una trayectoria delictiva previa iniciada años antes y que les haya llevado a medidas de carácter abierto anteriores. El robo (206) y el maltrato familiar (168) --el 23% de los menores internados--, "un delito que va en lento pero progresivo aumento", son los motivos más frecuentes que llevan al internamiento del menor, frente a otros como lesiones (86), delitos contra la libertad sexual (28), contra la seguridad del tráfico (31) o hurtos (48).

El seguimiento que se realiza de los adolescentes que pasan por estos centros permite señalar que "el porcentaje de menores que reinciden en la comisión de delitos ronda el 20-25%", frente a un 80% de casos que consiguen la rehabilitación. Los expertos coinciden en que no existe un perfil claro del menor infractor, si bien "en un porcentaje muy elevado son adolescentes con un alto déficit de atención y carencias afectivas, bajo nivel de autoestima y alto de egocentrismo, a lo que se une el miedo al fracaso y la baja tolerancia a la frustración". Habitualmente, se trata de chicos que tienen dificultades para la reflexión, escaso vocabulario y escaso control de sus impulsos y se comunican de forma agresiva y sin empatía con los que le rodean. Es frecuente que estos jóvenes no tengan muchas expectativas de futuro y tiendan a "no responsabilizarse de sus actos y a colocarse en la posición de víctima", así como carecen de una escala moral que les permita diferenciar con claridad lo que está bien y lo que está mal. En cuanto a las familias, la mayoría de estos menores provienen de familias desestructuradas y con pocas habilidades educativas, "si bien no es el único patrón", señalan los expertos.

Según el director del centro de internamiento de menores Medina Azahara, Manuel Garramiola, "los chicos llegan a los centros en una actitud desafiante, chulesca, pero todos pasan las primeras noches llorando y una vez se sienten seguros se quitan esa máscara y vuelven a ser niños". Ahí radica la efectividad de los centros, "en la calle se crean esos mecanismos de defensa, aquí se relajan y la mayoría cambian de actitud". Una vez dentro, no les faltan cosas que hacer. Además de formación educativa desde el nivel básico al más avanzado, hay múltiples talleres. Para la directora del centro Sierra Morena, Gema Pérez, "la finalidad es que aprendan a hacer cosas que tengan continuidad en el exterior". De ahí que cuenten con talleres de huerto y vivero, de artes gráficas, jardines, repostería creativa o decoración, donde se preparan para una experiencia laboral real. En muchos casos, salen incluso con contrato de trabajo.