Parece que fue anteayer, pero no: fue hace diez años que Walter White y aquellos dudosos calzoncillos se cruzaron por primera vez en nuestra pantalla. O, al menos, las pantallas de EEUU, donde Breaking bad estrenó su primer episodio el 20 de enero del 2008. Nacía un (anti)héroe televisivo de leyenda, aquel profesor de Química convertido en fabricante y, algo más tarde, avieso traficante de metanfetamina tras serle diagnosticado un cáncer de pulmón inoperable. Todo por la familia; o eso se contaba a sí mismo.

Solo un magro millón y medio de espectadores siguió en AMC el episodio piloto. Su éxito fue creciendo poco a poco, y más rápidamente después de que, en el 2011, fuera incluida en el catálogo de Netflix. La series finale del 29 de septiembre del 2013 fue vista en EEUU por 10.280.000 espectadores. En España, Breaking bad no empezó a verse oficialmente hasta el 7 de abril del 2009, con su estreno en Paramount Comedy, un tanto tardío. Eran tiempos sin la variedad de plataformas de hoy y quienes querían seguir la actualidad de la ficción internacional tenían que utilizar medidas desesperadas o sacar provecho a ese DVD tuneado para leer todas las regiones.

¿Era Paramount Comedy una cadena apropiada para Breaking bad? No del todo, porque, más que comedia era un drama neo-noir con algunos apuntes de humor, pero sin el ritmo de chistes de una sitcom. Drama de cocción a fuego lento, algo que la hizo distinguirse de la producción televisiva del momento, de cable o no.

En este sentido allanó el camino para que otras series -de su propio spin-off Better call Saul a la reciente Dark- pudieran hacer gala de un ritmo paciente en lugar de la rapidez que suele potenciarse en televisión para evitar cambios de canal. Habría sido fácil para un espectador, en un golpe de zapping, confundir aquel mítico piloto de Breaking bad con una película independiente. Vince Gilligan, guionista curtido en Expediente X, pensó la serie en términos muy visuales.

Cuando le entrevisté en el 2013 explicó: «Me molesta que en la televisión los personajes suelan aparecer tan grandes, siempre ocupando casi toda la pantalla. Ahora mismo las teles son enormes y no hace falta que sigamos filmando a los actores así. Yo quería hacerlos pequeños, dar importancia al paisaje». Pero Breaking bad nunca desaprovechó la oportunidad de un buen primer plano y supo explotar la expresividad (o deliciosa inexpresividad, según el caso) de sus actores. Bryan Cranston conmovía como ese hombre tan gris convertido en el más oscuro.

De hecho, si el público se enganchó a la serie y podía ponerse del lado de White incluso cuando tomaba sus peores decisiones, fue por Cranston; por la imposible humanidad que desprende a toda hora. Recibió el Emmy al mejor actor de serie dramática hasta cuatro veces, y otros miembros del reparto, como Aaron Paul y Anna Gunn también fueron premiados en diversas ocasiones. La serie obtuvo 58 nominaciones a los Emmy a lo largo de sus cinco temporadas, de las cuales 16 acabaron en premio. El espíritu de Breaking bad sigue vivo en la precuela Better call Saul de toque seguro y sutil, para algunos, servidor incluido, incluso superior a la serie madre.