Si alguna vez ha asistido de público a programas como OT, Got talent, Bailando con las estrellas, Tu cara me suena, Tú sí que vales, Allá tú o Atrapa un millón, seguro que se acuerda de Mateo Vergara. Su energía y desparpajo en el plató, aunque la cámara no se haya encendido aún, son difíciles de olvidar. Él era el encargado de mantener alto el ímpetu de la grada cuando, por ejemplo, salían a escena Amaia, Alfred, Aitana o algunos de sus compañeros en la nueva hornada de triunfitos. «Es the very best calentando a la gente», define Risto Mejide a este hombre que lleva 16 años de animador del público en la productora Gestmusic, ejerciendo la que probablemente sea la profesión menos conocida de la televisión.

«El animador es uno de los motores más importantes para hacer un programa, y muchas veces el menos apreciado», resume Vergara, que acumula la friolera de 51 programas a sus espaldas, curiosamente los mismos que tiene él. «Yo me encargo de que, cuando salga el presentador, encuentre al público receptivo, con ganas, alegre... Porque se supone que la tele es animación, diversión y fantasía, aunque al hacerla no sea como se ve en casa», explica.

Y es difícil mantener esa imagen cuando las grabaciones se alargan ocho, 10 o hasta 12 horas. «Hay que engrasar la máquina para que el rodaje no sea apático, sino toda una fiesta», comenta.

Infinidad de recursos

Para conseguirlo, Vergara tiene sus propios recursos. Lo mismo cuenta un chiste, se pone a hablar con el público o se arranca por bulerías. «Siempre digo que me considero un showman», asegura Vergara, que empezó en esta profesión de la noche a la mañana, después de haber trabajado como monitor de chicos de educación especial, hacer animación callejera, estudiar interpretación, probar en la publicidad y pasar por muchos cástings.

«Un día me llamó Noemía Galera, la directora de cásting de Operación Triunfo, porque en tres horas rodaban en directo la gala de Eurojúnior en TVE y necesitaban a alguien que se ocupara de los 500 niños que tenían en plató con sus padres y abuelos», rememora. Y de ahí, un no parar, aunque sea una profesión de la que a veces prescinden las productoras para encargársela al regidor. «De hecho, en España, yo solo conozco a otros tres», afirma Vergara.

Y eso que no es fácil gestionar a tal cantidad de espectadores en según qué espacios televisivos, y teniendo en cuenta que «la calidad de un programa reside en la energía que dé el público». «Al final te conviertes en terapeuta, psiquiatra, estilista... Haces de todo. A mí los años de psicología de la carrera me han venido muy bien para tratar con el ser humano, pero también la escuela de la vida», reflexiona.

Porque, después de tantas horas de plató, Vergara admite que en estos años y en tantos programas ha visto de todo. También cómo ha cambiado el tipo de público. «Antes era más tranquilo pero ahora mucha gente viene para que le graben, para hacerse una foto con el presentador... Han cambiado las formas y hay público que viene muy resabiado», comenta.

Aunque luego sí que recibe algunas recompensas que no tienen precio. Por ejemplo, rememora: «Había una señora que venía siempre a la tele y nunca la sacaban, aunque ella se vestía con todos los brillos posibles. Me dijo que sufría una depresión y que la ayudábamos mucho. Cuando la animé a que participara más y prescindiera de tanta lentejuela, la enfocaron y le dio un subidón. ¡Su médico la felicitó por su cambio de actitud! Ese es el mayor premio que me puedo llevar».