La víctima de los supuestos abusos sexuales cometidos por los sacerdotes del denominado clan de los Romanones tenía una absoluta dependencia del padre Román, lo que le llevó a sentirse “alienado y anulado por completo”. Así ha explicado este miércoles ante el juez que, pese a las agresiones sexuales, que incluyeron violaciones en dos ocasiones, siguiera frecuentando el grupo. Daniel, nombre ficticio, se ha ratificado en sus acusaciones y ha negado que con la denuncia busque algún beneficio económico o de cualquier tipo. Solo quiso, dijo, “evitar el calvario” a otras personas.

La declaración de este joven, que en la actualidad cuenta con 27 años, es la principal pieza de cargo contra el padre Román, y la Policía Científica consideró que su relato es “honesto”, según recordaron este miércoles desde la acusación popular que ejerce la asociación en defensa de los menores Prodeni. Consciente de la importancia de su testimonio, el joven ha justificado algunos errores o contradicciones en fallos de memoria a causa del pánico y los problemas psicológicos que aún arrastra, producto de esa dependencia “espiritual y psicológica” que sufrió. Nervioso, en varias ocasiones se le ha quebrado la voz al relatar lo que vivió. De hecho, una de las veces ha roto a llorar desconsoladamente y, al abandonar la sala para un receso, no ha podido reprimir un insulto a los sacerdotes señalados, que se sientan entre el público al no haber sido procesados por prescripción de los supuestos delitos y haber declarado ya como testigos.

PÁNICO A QUEDARSE

Según ha contado, conoció al padre Román cuando se preparó para la primera comunión, y en el 2004, cuando contaba 14 años, empezó a frecuentar la parroquia en contra del criterio de sus padres, de ahí que no les contara las agresiones hasta diez años después o que “tenia pánico" cada vez que se tenía que quedar a dormir en la casa parroquial. Allí, ha ratificado, compartía cama con el padre Román, que le “metía mano” en los calzoncillos y “le masturbaba”. Sin embargo, el cura era “su única guía” y “referente moral”, lo que le impedía alejarse del grupo, por lo que se sentía “vulnerado y pisoteado”,

Daniel ha confirmado que todos los sacerdotes que conformaban el grupo eran conocedores de lo que sucedía, y que mantenían relaciones sexuales entre ellos, relatando escenas de visionado de películas porno o sexo en grupo. Así, ha acusado directamente al encausado, que se enfrenta a una pena de entre 9 y 26 años de cárcel, de mantener relaciones completas con él en dos ocasiones y realizarle múltiples abusos sexuales, mientras que ha señalado a otros tres sacerdotes y un seglar por abusos similares, como “masturbaciones” e “intentos de felaciones”. Unos abusos con la excusa de que así “vivía más intensamente su espiritualidad”.

“Él era capaz de hablar de amor fraternal en la homilía y por la tarde estar violando a niños”, ha dicho en el juicio, según recoge Europa Press, explicando que decidió acudir al Papa tras hablar con una compañera de la parroquia y sospechar que lo mismo les ocurría a otros jóvenes. No obstante, ha reprochado que tras poner el asunto en conocimiento de la Iglesia, no se sintió “ni apoyado, ni acompañado ni respetado” por el arzobispo de Granada, llegando a insinuar que se arrepentía de haber contactado con el Papa al tener que volver a revivir todo el calvario pasado.