La despiadada Glengarry Glen Ross, película que en 1992 trató de retratar el desalmado mundo de las agencias inmobiliarias, tal vez no se ha reestrenado desde entonces en Barcelona porque su guión, obra nada menos que de David Mamet, parecería almibarado hoy en esta ciudad. He aquí un porqué. Una agencia del barrio de Gràcia ofrece estos días lo que en el argot de esta profesión se considera un piso con bicho, es decir, un apartamento en el que vive alguien en régimen de alquiler. Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol. Son pisos para inversores. Lo especial de este caso, y esto ya no es tan común a pie de calle (internet es otro mundo, el inframundo), es que el anuncio incluye la edad del inquilino. 78 años. Es un hombre. Solo le falta al anuncio añadir las últimas cifras estadísticas de esperanza de vida del Institut de Estadística de Catalunya (Idescat). La media, para los hombres, es de 80,4 años. ¿Quieren saber más de este caso? Sigan leyendo. Inversores, abstenerse.

El piso tiene un precio llamativo. Son 169.000 euros por 53 metros cuadrados. "Finca regia", dice el anuncio. Cuidado. Eso también es argot inmobiliario. Si dijera "ideal parejas", querría decir que es un quinto sin ascensor, es decir, para jóvenes con vigorosos muslos. Regia es simplemente un eufemismo por no decir vieja. Así es. La finca es del año 1900. Lo destacado, no obstante, está al final, y en mayúsculas, que, como se sabe, cuando se emplean en las redes sociales significa que es algo que se dice a gritos. "Se vende con inquilino de 78 años con renta antigua de 350 euros mensuales". A eso no se atrevían ni Al Pacino y Jack Lemmon en Glengarry Glen Ross.

"Las mujeres viven más"

Podría ser peor. Y lo es. Una visita como potencial comprador a las oficinas de la agencia lo confirma. La joven que atiende, por desconocimiento o por vender ya, se confunde y le añade siete años al arrendatario. Eso no es, sin embargo, lo peor. "Tenemos otro piso similar en la calle de Tordera con Bailén, también en Gràcia. Es mas barato. Lo que ocurre es que en ese vive una mujer y, en confianza, ya sabe usted, las mujeres viven más años”. Cierto. Según el Idescat, 85,9 años de media.

A riesgo de encontrarse con un malcarado como Carl Fredricksen, el protagonista de Up (otra víctima, por cierto, del pandemonio inmobiliario), lo indispensable llegados a este punto era ir a conocer a ese arrendatario cuya edad se exhibe impúdicamente en un cartel de escaparate, como un ofertón. Es el de la fotografía. No le pone ningún pero a dejarse retratar como un elemento más de la vivienda, sentado en su butaca de lectura, sobre un estupendo suelo de baldosas hidráulicas. Es un tipo entrañable. Eso el anuncio no lo dice, claro. Se llama Dennis Johnston y, sorpresas te da la vida, es de Nueva York. En el barrio algunos le conocen como Toni, lo cual tiene una razón de ser, que luego se explicará.

De taxista en Nueva York a profesor de inglés

El caso es que en los años 70 era taxista en su ciudad natal. Basta verle para saber que entonces era la antitesis del Travis Bickle al que daba vida Robert de Niro. Mientras hacía el taxi, estudiaba literatura inglesa y, terminada la carrera, quiso conocer Europa, una suerte de viaje inicático muy común en el mundo anglosajón. Viajó en barco hasta Tánger, de ahí saltó a España y, después, se subió en bus en Algeciras para pasar cuatro días en Barcelona. Aquí sigue.

Lo de realizar un breve apunte biográfico de Dennis es, evidentemente, para subrayar lo frío de anuncios como este. Él lleva en este pisito de la calle del Penedès desde 1981. Por eso paga una renta antigua. Tal y como está la selva inmobiliaria, 350 euros parecerá muy poco, pero en el medioevo, es decir, una época que se supone oscura y poco apetecible como para ir a vivir si los viajes en el tiempo fueran posibles, los campesinos abonaban a la Iglesia y al señor feudal el conocido diezmo, o sea, una décima parte de los ingresos. En Barcelona, el precio medio del alquiler (872 euros mensuales) está por encima del salario medio (735 euros).

Dennis Johnston ha cotizado durante más de 30 años en España. Era, por supuesto, profesor de inglés. En los 70, cuando llegó, florecían por las esquinas las academias de inglés. Casi tanto como las de mecanografía. No le costó trabajo encontrar su primer empleo pese a su nula experiencia como profesor. Aquella era una época de la ciudad en la que el más pillo se hacía rico. Recuerda que el dueño de la academia en la que comenzó a trabajar era antes el chico que cambiaba las toallas en un burdel. O eso le dijo un día en un ataque de confianza.

El inglés entonces era una rareza. Por eso se buscó un nombre alternativo. “Llamaba a un restaurante para reservar mesa, por ejemplo, y cuando me pedía el nombre, yo respondía Dennis, pero entonces llegaba y descubría que habían anotado penis”. Total, que pasó a ser Toni. Se acabaron las bochornosas confusiones.

Es tras esta toma de contacto biográfica que, con arrestos suficientes, toca preguntarle a Dennis qué tal anda de salud. ¿Colesterol? ¿Triglicéridos? Lo próximo será anunciar que el arrendatario es diabético o fumador. Una análitica mensual podría cotizar al alza o a la baja el precio del piso. Dennis se toma con unas risas la idea. Es más, reconoce que a lo mejor el piso no ha encontrado comprador aún porque cuando los inversores visitan la finca, él está ahí, lozano, en el sofá. Si se molestara en toser o en decir ¡ay!, tal vez se cerraría por fin la operación. Hace una semana, el precio era de 179.000. Entonces estaba resfriado.

'Graciña', la nostalgia de los que se van

Merece la pena puntualizar que Dennis no se queja de su situación. Venden el piso con él como factor que desestabiliza a la baja el precio, pero con la ley en la mano sabe que no le pueden echar. La gentrificación al galope la sufren decenas de sus vecinos de barrio cada mes, no él. Esta es una de las zonas de la ciudad donde con empuje suben los precios, de venta y de alquiler. Dentro de poco a lo mejor hasta comienza a hablarse de la graciña, la añoranza nostálgica de la vida en la Vila de Gràcia.

La venta de pisos con inquilino, lo dicho, no es un fenómeno extraño. Lo amargo es esta guinda de que en plena calle se exhiba la edad del arrendatario, como si fueran una cuenta atrás. Pero esa (y a las hemerotecas hay que ir) puede ser una jugada que puede salir muy mal. Se lo podrían preguntan, si no fuera porque ya falleció, a André François Raffray, que cuando tenía 47 años creyó que hacía el negocio de su vida cuando le compró a plazos el piso a una mujer de 90 años, Jeanne Calment, vecina de la Costa Azul francesa. Le ofreció un sueldo mensual a cambio de que, cuando muriera, él heredara la propiedad. De forma inesperada, Calment logró el título mundial de la mujer más anciana del mundo. Falleció en 1997, con 122 años. De niña había conocido a Vincent van Gogh. Ahí es nada. Lo ejemplarizante del caso es que Raffray murió dos años antes y fue su viuda la que tuvo que seguir pagándole ese sueldo mensual.

Larga vida, pues, a Dennis Johnston. Toni.