Uno de los bellos campanarios de Amatrice, la población más conocida donde se produjo el terremoto de la madrugada del miércoles, se desplomó como un helado al sol y se vinieron abajo también el hospital y una de las escuelas de la ciudad. Habían sido restaurados en el 2012, con criterios supuestamente antisísmicos.

En Accumuli, epicentro del terremoto de 6,0 grados, se cayeron el cuartelillo de los carabineros y otro campanario, que se desplomó sobre una vivienda privada y mató a una pareja de treintañeros y a sus dos hijos de cuatro años y de ocho meses. Ambos habían sido construidos también en época reciente, con dinero público y criterios antisísmicos. Dado que algo ha fallado, la fiscalía de Rieti, capital de una de las provincias afectadas, abrió ayer un sumario contra desconocidos por supuesto «desastre culposo», o sea involuntario.

El miércoles los magistrados habían realizado varias inspecciones y ayer señalaron algunos edificios, que los peritos deberán examinar para encontrar una explicación a su hundimiento. Mientras el aparato de socorro, con casi 3.000 personas, funciona a la perfección, los italianos empiezan a interrogarse sobre las causas que producen tanta muerte, a pesar de que los terremotos en los Apeninos no constituyan una novedad, porque en las Catilinarias ya escribió de ellos Cicerón, hijo de una región vecina.

«Lo sorprendente no es que las casas se hundan, sino que escandaliza que se caigan también los hospitales y los cuarteles», afirma Gian Michele Calvi, considerado uno de los máximos expertos sobre terremotos y profesor de la universidad de Pisa. Otros expertos, entrevistados por todas las televisiones nacionales, van más allá, subrayando que «Italia invierte en las emergencias, pero no en prevención».

«Los daños provocados por los terremotos desde 1968 hasta el 2003 han costado 162.000 millones de euros, mientras que con una cuarta parte del importe de habrían evitado los costes humanos de aquellas tragedias», ha escrito Sergio Rizzo, periodista especializado en investigar los presupuestos públicos.

«Es una cuestión de decisiones: pagar 3.000 millones al año para los daños de los terremotos o invertir la misma cifra en prevención», explica el profesor Calvi. «En lugar de prevenir, administramos la emergencia», afirma el sismólogo Massimo Cocco.

Según el Instituto Nacional de Estadística (ISTAT), el 24% de las viviendas italianas fue construido antes de 1945 y el 62% antes de 1982, es decir que el 86% carece de normas antisísmicas.

Existe un mapa nacional sobre riesgos sísmicos que divide la península en cuatro partes. Incluso para la zona considerada como la mejor, los expertos han considerado que en ella los terremotos son «raros», pero no inexistentes. De hecho las estadísticas oficiales ilustran que en el último milenio se ha producido un terremoto cada 10 años y que en los últimos 40 se han producido ocho terremotos definidos como «devastadores». O sea, uno cada cinco años. «No es nunca el terremoto lo queque mata, sino solamente la casa mal construida», escribieron ayer varios expertos italianos.