Lamentablemente no hay un plan B, sabemos que está feo, pero ante la urgencia para proteger a otras especies amenazadas, como el nóctulo gigante o el cernícalo primilla, no queda más remedio». Martina Carrete, científica de la Estación Biológica de Doñana (EDB-CSIC), justifica la propuesta más drástica para acabar con las cotorras de Kramer que invaden Sevilla. En un primer momento, y apoyándose en el informe particular elaborado por Carrete y otro investigador del CSIC, José Luis Tella, el ayuntamiento aprobó un plan de exterminio con escopetas de aire comprimido, pero las protestas de grupos animalistas y ecologistas han provocado que la propuesta quede en el aire. El consistorio, dice, estudiará todas las alternativas antes de seguir adelante.

Es precisamente la falta de opciones viables a corto plazo lo que argumenta Carrete, quien lamenta que desde que empezó la proliferación de cotorras de Kramer (psittacula krameri) no se ha tomado ninguna medida para su control, «con lo que ahora es demasiado tarde y hay que actuar de raíz». Tanto esta especie como la cotorra argentina (myiopsitta monachus) están incluidas en el catálogo español de especies invasoras. Su auge se produjo en los años 90, cuando se importaban como mascotas. Pero eran animales salvajes, y se escapaban en cuanto podían; con el tiempo, sus simpáticos chillidos iniciales se hacían insoportables, o picoteaban a sus dueños, y estos los dejaban en libertad. Fue el primer paso para que se asentaran en las ciudades españolas, convirtiéndose en algunos casos en un «serio problema para la biodiversidad».

En Sevilla, la colonia de cotorras de Kramer se cifra ya en unos 2.800 ejemplares, frente a los 1.000 contabilizados en el 2011. La principal preocupación viene de la competencia que establecen con el nóctulo gigante (nyctalus lasiopterus), un murciélago europeo catalogado como vulnerable por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Esta especie tenía en el parque de María Luisa de Sevilla la mayor colonia conocida hace una década. Ahora, sus nidos se han reducido a un 20%. Las cotorras quieren los mismos agujeros en los árboles y los echan a picotazos, llegando a matar a algunos ejemplares. A este ritmo, en un plazo de dos años la colonia quedaría extinguida.

MALA FAMA / Las cotorras también pleitean con los cernícalos primilla -otra especie amenazada en Europa- por hacerse su hogar en oquedades en edificios o fachadas. Su mala fama no termina ahí: hacen ruido, dañan el patrimonio, los árboles y los cultivos de grano y frutos, y aunque el índice de prevalencia es pequeño, pueden transmitir enfermedades a los humanos u otros animales.

Ante la falta de medidas preventivas y de control, la colonia sigue creciendo exponencialmente cada año. Zaragoza y Leganés ya optaron por acudir a las escopetas para ponerles coto. Dicen los animalistas que fue algo excepcional, después de una década acabando con sus huevos o los nidos, y con poblaciones a las que no llegaban de otra manera. En cualquier caso, por esta vía se pasó de 1.700 ejemplares a 8 en apenas dos años. Allí se inspiró el Ayuntamiento de Sevilla al contratar a una empresa para «el uso del disparo con carabina de pequeño calibre (aire comprimido)» tanto en el parque de María Luisa como en el Monasterio de la Cartuja, rechazando «métodos menos efectivos» que podrían afectar al resto de aves, según consta en el pliego de condiciones, como el taponamiento de nidos o los piensos esterilizantes.

La plataforma animalista, que agrupa a una veintena de entidades comparte la preocupación por su efecto en otras especies, pero insiste en que acabar a tiros con las cotorras es una «salvajada y una barbaridad», máxime cuando se incluye también a la cotorra argentina, que aunque invasora no afecta a otras especies.