Joakim Robin Berggren robó un camión de butano «como podría haber robado cualquier otra cosa», aseguró ayer el consejero de Interior, Jordi Jané, para eliminar cualquier relación posible entre este ciudadano sueco y un atentado terrorista. No fue un atentado. Fue el peligrosísimo final de una noche de sexo y drogas.

Antes de subirse al volante de un vehículo cargado con bombonas de gas butano, intentó sin éxito robar una motocicleta en la avenida del Paraleo. También quiso parar y subirse a varios coches que circulaban por la misma calle. Estaba muy alterado y necesitaba ir a algún sitio. Eligió el camión de butano, cuando su repartidor hacía entrega de una bombona y se había dejado las llaves puestas en el contacto. Arrancó y, aunque desde lejos una vecina del Poble Sec afirmó que resultaba evidente que no sabía conducir camiones, sembró el pánico por la capital catalana.

Agentes de los Mossos y de la Guardia Urbana se jugaron el tipo para detenerlo. Perdió más de 50 bombonas de butano, que iban saliendo disparadas en cada curva. Embistió coches y estuvo a punto de atropellar a varios peatones que a esa hora -las 10.30 de la mañana- paseaban tranquilamente por la plaza de Pau Vila, en dirección a la Barceloneta.

La secuencia, la de un camionero kamikaze que no se detenía ni ante los disparos de la policía, conectaba inevitablemente con las matanzas yihadistas de Niza o de Berlín. Pero Berggren no era ningún terrorista islamista. Era un turista que venía de correrse una juerga antológica un lunes por la noche. Y que estaba desesperado por llegar a algún sitio el martes por la mañana. Se desconoce a dónde quería ir. Lo que poco a poco va quedando claro es de dónde venía.

Joakim aterrizó por la mañana en el aeropuerto de El Prat procedente de Moscú. Había hecho escala allí volando desde Dinamarca. Llegó junto a un amigo. Ambos tenían un billete para volar hasta Madrid ese mismo día a las 21.45 horas. Aprovecharon el tiempo de espera para conocer Barcelona en un día soleado. Durante la visita, conocieron a cuatro compatriotas suecos de vacaciones. Compadrearon y se olvidaron de Madrid. Buscaron un hotel cerca del Paralelo, alquilaron dos habitaciones, una para él y otra para su amigo, y a las 23.00 horas se reencontraron con los nuevos amigos para salir de fiesta.

Una noche loca

La investigación de los Mossos d’Esquadra ha podido reconstruir el itinerario que siguió la pandilla de los seis suecos. Entraron a un casino. No estuvieron mucho tiempo allí. Después acudieron a un prostíbulo del barrio del Eixample. Aquí se entretuvieron más. No lo bastante. Tras la estancia en este burdel, buscaron otro. En este segundo meublé se quedaron otro buen rato. Tampoco fue suficiente. A altas horas de la madrugada, regresaron al hotel de los amigos suecos. Los vieron llegar acompañados de mujeres, posiblemente prostitutas.

Durante la noche de desenfreno, hubo alcohol y drogas. Los análisis toxicológicos que le han practicado todavía no han ofrecido ningún resultado que se haya hecho público oficialmente. Se da por hecho que, con independencia de lo que hallen, consumió cocaína y bebió sin contemplaciones. Al ser inmovilizado por los Mossos, encima llevaba el pasaporte y 3.000 coronas suecas en efectivo. No hay datos bancarios que certifiquen cuánto dinero se gastó la pandilla sueca durante la noche, pero algunos cálculos acercan la cifra a los 20.000 euros.