Dice dormir “siempre con un ojo abierto”. Porque una cosa es la justicia ordinaria, y otra muy distinta, “la ley no escrita” entre familias gitanas. Este joven de 28 años, del clan de los Pelúos, tuvo que marcharse hace dos años de la Mina después de que uno de los suyos matara, presuntamente, a un miembro de los Baltasares en la madrugada del 23 de enero del 2016 en el Port Olímpic. Como él, otras 500 personas se vieron obligadas a abandonar su hogar. La mayoría han regresado. Las familias directas, no; ni lo harán. “Si no se van, habrá una masacre”, advirtió la madre de la víctima en una entrevista concedida a este diario. Este martes ha empezado en la Audiencia de Barcelona el juicio con jurado de ese crimen. Entre grandes medidas de seguridad, con 10 agentes dentro de la sala. Por el momento, las dos justicias siguen sin aplicar su sentencia.

En el estrado se sientan tres jóvenes que coinciden en que fueron a la discoteca Nirvana para celebrar el cumpleaños de uno de ellos. A partir de ahí, lo niegan casi todo y solo uno de ellos se reconoce en las imágenes de vídeo captadas por las cámaras de seguridad. Dos de ellos están acusados de un delito de lesiones con instrumento peligroso y el fiscal solicita para ellos cinco años de cárcel. Sobre el tercero recae, además, el delito de asesinato con alevosía y se enfrenta a una pena de 22 años de prisión. Según el auto de la fiscala, tras una discusión, los acusados agredieron a la víctima con vasos del local. Después, L. C. "le clavó un cuchillo en el torso que perforó la arteria torácica y provocó su fallecimiento a causa de la perdida de sangre". La fiscalía considera que los acusados se aprovecharon del fallecido debido a su superioridad numérica y su estado de embriaguez: presentaba una tasa de alcohol muy elevada, de 2,88 gramos por litro en sangre.

Guantazo admitido

La sesión, gélida de temperatura y con una pésima audición que obligaba a repetir una y otra vez las preguntas, se ha alargado durante más de tres horas. En días venideros llegará el testimonio de testigos, policías y peritos que tratarán de poner todas las pruebas encima de la mesa para que los nueve jurados (cinco mujeres y cuatro hombres) deliberen el nivel de responsabilidad de los acusados. Este martes se trataba de escuchar el testimonio de los procesados, cuya defensa parece basarse en que las evidencias son “confusas, poco concluyentes y meros indicios”. Solo uno de los acusados de lesiones, G. R., ha admitido que esa noche propinó un puñetazo a la víctima, que entonces tenía 28 años. Durante la vista, este joven de 23 años ha explicado que el fallecido “estaba muy agresivo con la gente” cuando ellos llegaron a la discoteca Nirvana del Port Olímpic. “Se metió conmigo y con mi familia, me llamó maricón y se cagó en mis muertos, y eso para un gitano es una cosa muy sagrada”. Fue entonces cuando le golpeó. Un par de empujones después, según su relato, le perdió de vista, y no supo de su muerte hasta dos días más tarde. G. R. también ha admitido que seis años atrás ya habían tenido sus más y sus menos en una discusión en la que le propinó "un guantazo".

El principal acusado, que se encuentra en prisión preventiva, ha explicado que conocía a la víctima "de vista" (G. R. sí ha dicho conocerle mientras que J. M. F. ha negado saber quién era) y ha asegurado que mientras se encontraba "bebiendo y festejando" vio "de repente una pelea". "Salí de la disco como pude". Preguntado por las heridas que presentaba en las manos, ha sostenido que se las hizo a consecuencia de la "lluvia de cristales" que impactó en sus dedos al taparse la cara.

La misteriosa "cartuchera"

No fue eso lo que declaró tras ser detenido, el 28 de enero del 2016, por agentes de la Ertzaintza, después de que los Mossos lo localizaran en Vizcaya. De hecho, L. C. ha reescrito buena parte de su historia. Entonces dijo que los rasguños se los produjo después de que la víctima le rompiera un vaso en la cara. También en su relato inicial aseguró reconocerse en una imagen captada por las cámaras en las que se le ve acomodándose una "cartuchera" en el pantalón que le habría servido, supuestamente, para esconder el cuchillo que nunca fue hallado. Este martes ha negado que el de la foto sea él. "Fue mi abogado [ahora le defiende otro letrado] el que me pidió que dijera eso", se ha excusado. "¿Y cómo podemos saber -ha respondido la fiscala- si lo que declara ahora no se lo ha dictado también su abogado?".

Al juicio solo han acudido familiares de los acusados. Serían una quincena de personas y representan a ese reducido grupo de gitanos que todavía no han regresado a la Mina. Ni tienen ninguna intención. “Antes convivíamos en el barrio, pero sin ninguna relación entre nosotros. Ahora no hay nada que hacer, no podemos hablar con ellos, ni acercarnos”. Lo explica una mujer miembro de los Pelúos, familiar directo del principal acusado. Su hijo asume que ya nunca podrán volver "porque esto no se arregla con una sentencia". "Esto es para toda la vida". Lejos de casa, explica que viven de la venta ambulante. "Somos un pueblo que sabe adaptarse. Podemos vivir debajo de un puente o en un coche". Terminada la sesión, montan corrillos con sus abogados en el paseo de Lluís Companys. El miércoles volverán.