La radioactividad en el interior de un reactor de Fukushima ha alcanzado los niveles más altos desde que un tsunami arrasara la central en marzo del 2011. Un robot enviado a las entrañas del reactor número dos ha medido 530 sieverts por hora, muy superiores a los 73 que hasta ahora ostentaban el récord. Esos niveles, incompatibles con la vida humana, arruinan el plan de ruta previsto.

Una dosis de un sievert causa náuseas, cinco sieverts pueden matar en un mes y diez sieverts lo harían en semanas. Los profesionales médicos ni siquiera plantean acercarse a ese umbral radioactivo. Los robots no lo soportan mucho mejor. Su inminente entrada se había planeado considerando los 73 sieverts anteriores para que aguantara al menos una decena de horas, pero los actuales lo fundirían en menos de dos.

Esos niveles, descritos como «inimaginables» por los expertos, suponen la última evidencia de la complejidad de desmantelar Fukushima. Los trabajadores aún tienen que identificar dónde y en qué condición está el combustible fundido de los tres reactores más dañados. Presumen que se ha acumulado en la base de las vasijas de contención, pero la alta radioactividad les ha mantenido alejados.