La Rambla se despereza, es decir que las prostitutas se baten en retirada, que la surcan los primeros deportistas y que tropiezan con ella los rezagados de la noche, los últimos canallas, vecinos de los que apuran el paso camino del trabajo y de algunos turistas que empujan sus maletas como si se dejaran empujar por ellas. Es el paisaje de este martes a las siete de la mañana en el paseo barcelonés por antonomasia, el marco en el que varias unidades de limpieza se despliegan por la mitad norte para acabar el trabajo iniciado por la noche. O continuarlo. Los altares laicos han sido desmantelados con toda la delicadeza del caso, desmontados con el cuidado debido a lo que al fin y al cabo ha simbolizado el dolor del ciudadano corriente, pero en términos estrictamente de limpieza queda, por decirlo así, el trabajo sucio. Y alguien tiene que hacerlo.

La mayor parte de los 131 memoriales repartidos en el tramo de la tragedia se habían articulado en torno a los cirios; algunos de ellos ardieron sin interrupción hasta quedar reducidos a una montaña de cera, a otros los apagó, se supone, alguna ráfaga súbita, pero todos sin excepción dejaron un recuerdo de su existencia adherido al suelo del paseo barcelonés, que fue lo que quedó a la vista cuando los técnicos y operarios de todas las instituciones involucradas en el levantamiento terminaron el trabajo, hacia las seis de la mañana. Cera, montones de cera. La auténtica suciedad. No es metáfora de nada, es la vida en su faceta más realista: cuando se levantaron los altares, quedó cera en el suelo.

RASQUETAS Y MANGUERAS

De modo que lo que se encuentran las prostitutas mientras se retiran, los primeros deportistas y los últimos canallas es una operación de remoción de la capa más profunda y resistente de los memoriales. Aprovechando que la ciudad aún dormita, y que a la Rambla la separan unas horas del frenesí, los operarios del ayuntamiento se entregan pacientemente a la labor -porque es una labor de paciencia-: raspando con sus rasquetas, regando el suelo con desengrasante, barriendo la superficie con mangueras a presión de agua caliente. Paciente, lentamente. "Probablemente no acabaremos hoy", decía uno. Según el ayuntamiento, tomará al menos una semana. Sentimientos aparte, significa remover la capa geológica más recóndita de los altares, la mugre, pero sigue siendo una mugre con significado y los operarios lo saben. "Te cuesta más hacerlo", decía otro.

El operativo nocturno no desmanteló todos los memoriales: el del extremo norte del paseo ha sido conservado en una especie de versión reducida que rodea la farola justo en el punto donde empieza la Rambla, y su destino inmediato es probablemente crecer y extenderse al ritmo de la necesidad que tiene la gente de expresarse. Una familia barcelonesa que volvía de Mallorca y que acababa de bajar del barco lo primero que hizo fue dirigirse a la Rambla a depositar una ofrenda, y miraban con cara de pésame y pesar la operación de la cera, y el suelo enmugrecido del lugar donde tenían pensado depositar una flor. Cuando alguien les dijo que podían hacerlo en la parte de arriba, se sintieron mejor.

La Rambla ha sido durante 12 días el escenario de un emocionado y sostenido peregrinaje cuyas huellas difícilmente se pueden borrar en una noche. Aparte de los ríos secos de cera y del único memorial mantenido en pie, los laterales del paseo central -los árboles, las cabinas de teléfono, los puestos de flores, los postes del alumbrado, las farolas- seguían exhibiendo a esa hora sus propias expresiones del dolor: mensajes, escritos, poemas, dibujos, fotos. Estaba previsto que los técnicos del Arxiu Històric y del Museu d’Història de Barcelona (MUHBA) los retiraran, con la misma delicadeza con que habían retirado el resto de ofrendas, durante la jornada.