Rumanía, una república desde hace 70 años, enterró ayer con honores de Estado y enormes muestras de simpatía ciudadana a su último rey, Miguel I, fallecido el pasado día 5 a los 96 años de edad. Decenas de miles de personas han participado los últimos cuatro días en los actos fúnebres por Miguel Hohenzollern-Sigmaringen, que reinó entre 1927 y 1930 y entre 1940 y 1947, hasta que fue forzado a abdicar por el régimen comunista.

«Nos ha dejado un verdadero líder que representó a nuestro país con honor, valentía y patriotismo en periodos difíciles, convirtiéndose en un referente de identidad y solidaridad», manifestó el presidente rumano, Klaus Iohannis, en un mensaje de condolencia. Las ceremonias de ayer arrancaron con una breve misa en el Palacio Real, en cuyo salón del trono se instaló el pasado miércoles la capilla ardiente con el féretro de Miguel I, por la que pasaron 30.000 personas.

LA REALEZA EUROPEA, DE LUTO / Los reyes eméritos de España, Juan Carlos y Sofía; los reyes de Suecia, Carlos Gustavo y Silvia; el príncipe Carlos de Gales, Ana María de Grecia, el gran duque Enrique de Luxemburgo, y la princesa Muna de Jordania se contaron entre los representantes de la realeza que acompañaron al antiguo rey en su despedida.

La Reina Sofía, prima de Miguel, no pudo evitar las lágrimas al dar su pésame a Margarita, primogénita del fallecido rey y nueva jefa de la Casa Real rumana. Miguel también fue primo en tercer grado del Rey emérito Juan Carlos I.

Tras la misa, se celebró otra ceremonia en la plaza del Palacio, a la que asistieron decenas de miles de ciudadanos. «Le considero un modelo de dignidad y lealtad, lo que no encontramos hoy en día en la sociedad rumana», cuenta Gabriela Rusu, de 34 años, una de las asistentes a ese acto.

Tras recibir la ovación de unas diez mil personas frente al Palacio Real, el cortejo fúnebre se puso en marcha hacia la Catedral del Patriarcado, donde el patriarca Daniel de la Iglesia ortodoxa rumana ofició el funeral de Estado en presencia de las autoridades del país y los invitados de la realeza. A su término, el féretro con los restos mortales de Miguel fue trasladado a la estación de ferrocarril Baneasa, desde donde partió a la Nueva Catedral Ortodoxa de Curtea de Arges en el mismo tren real en el que fue obligado a exiliarse en 1947 a punta de pistola, junto a su madre, la reina Elena.

A su paso, la gente lanzaba flores al coche que transportaba el ataúd y aplaudía con fervor. Tras casi tres horas de viaje por tren, el cuerpo sin vida del antiguo soberano llegó a Curtea de Arges, para ser enterrado en el mausoleo real.