"A él no le gustan las escenas de sexo, pero yo en cambio las disfruto mucho. Rodaría escenas de sexo con él sin parar. Da unos besos estupendos", confesaba Jane Fonda en la Mostra de Venecia mientras, a su lado, a Robert Redford, el aludido, la cara le cogía color de tomate. Horas antes de recoger los premios honoríficos que el festival les concede este año, los dos veteranos intérpretes derrochaban el tipo de química que los ha convertido en una de las grandes parejas de la historia del cine pese a que solo han rodado cuatro películas juntos.

"Quise volver a tener la oportunidad de trabajar con Jane una vez más antes de irme a la tumba", ha explicado el actor acerca de la última de ellas. Presentada aquí fuera de competición, 'Nosotros en la noche' pone las cartas sobre la mesa ya en su primera escena: Addie (Fonda) llama una noche a la puerta de su vecino, Louis (Redford); solía ser amiga de su esposa, ya fallecida, pero en realidad no lo conoce mucho. Trae consigo una propuesta: dado que tanto ella como él están solos, y que se sienten solos, ¿no sería buena idea que durmieran juntos alguna noche? No se trataría de sexo, sino solo de sentir en la cama la compañía mutua. No es difícil predecir cómo transcurre el romance otoñal que nace a partir de ese momento.

Tres iconos

La gran diferencia de 'Nosotros en la noche' con la novela de Kent Haruf en la que se basa es que la pareja protagonista del original son personas inequívocamente normales, gente corriente. Nada es corriente, en cambio, ni en Fonda ni en Redford, por mucho que la película los vista con camisas de franela y vaqueros baratos dos tallas grandes. Ella es un icono; él es un icono; su relación en pantalla, que se inició con 'La jauría humana' (1966), es icónica. Y nuestra relación con esos tres mitos es lo único que nos permite empatizar con dos personajes que en ningún momento resultan particularmente creíbles.

'Nosotros en la noche' se estrenará el próximo 29 de septiembre, pero no en cines sino en Netflix. Y lo cierto es que la pequeña pantalla parece el hábitat natural para una película del todo carente de ambición narrativa y estilización formal. El director Ritesh Batra demuestra tener claro que aquí él no pinta gran cosa: su cometido es se limita a dejar que sus dos estrellas vuelvan a brillar juntas como lo hicieron en 'Descalzos en el parque' (1967) y 'El jinete eléctrico' (1979). "Cuando rodamos 'Descalzos en el parque' yo no podía quitarle las manos de encima a Robert", recordaba Fonda, de nuevo ruborizando a Redford. "Y me parece muy bonito que, ahora, la dinámica entre nuestros personajes en la nueva película sea la misma".

Turismo entre los refugiados

En sus frecuentes aproximaciones al problema de los refugiados, el artista chino Ai Weiwei ha demostrado un incuestionable sentido de la aparatosidad; el año pasado recubrió con 14.000 chalecos salvavidas el Kontzerhaus de Berlín; hace unos meses montó una exhibición en Praga cuya pieza principal era una gigantesca patera de 70 metros ocupada por cientos de figuras hinchables. Para él el tamaño es importante, mucho más que la profundidad, y lo vuelve a dejar claro en el documental que hoy ha presentado aquí a concurso. Concebido como un fresco de todas las crisis de desplazados que existen en el mundo, 'Human Flow' dura 140 minutos y en ninguno de ellos dice nada que nadie mínimamente informado no sepa ya.

Peor aún es la insultante falta de sensibilidad que Weiwei evidencia. De hecho, se pasa la película robando el protagonismo y chupando cámara. No pasan cuatro escenas sin que lo veamos paseándose entre masas de gente a las que no se molesta en dar voz, pavoneándose del estudio berlinés en el que vive, haciéndose 'selfies' sonriente entre la miseria y, en general, haciendo turismo en medio de la mayor tragedia humana de nuestros días.