El bitcóin es la más conocida de todas las monedas digitales o criptomonedas. A diferencia de las monedas de curso legal, no están avaladas por una autoridad central (un banco nacional), sino por una comunidad de usuarios ayudados de una tecnología, el blockchain, y un software que encripta los datos de una transacción y los vincula a un momento concreto. Ese registro (quién, cómo, cuándo, cuánto y dónde ha movido dinero) se protege con un cifrado que hace teóricamente imposible su alteración y garantiza la confianza de los usuarios. El blockchain se aplica a otros ámbitos.

¿Por qué hay tanta especulación?

Inversores muy conocidos del Silicon Valley como Tim Draper (Hotmail), los hermanos Winklevoos (Facebook) o Peter Thiel (Paypal) han comprado bitcóins. Organismos como la OCDE, el Banco Central Europeo o la CNMC han advertido contra la posibilidad de pérdidas por las fluctuaciones de valor, poco aptas para cardiacos. El bitcóin comenzó en el 2017 a poco más de 300 dólares, llegó en diciembre a 20.000, pero dos semanas más tarde estaba en 10.000. Quienes las lograron en el 2013 (a 11 dólares) y las han vendido a 20.000 han hecho rica a Hacienda, que las computa como ganancias patrimoniales.

¿Por qué ha triunfado el bitcóin?

Una tecnología suele basar su éxito en factores como que resuelva una necesidad, sea fácil de usar y resulte fiable. El bitcóin cubre varias de esas premisas. Creada en el 2009, en plena crisis económica mundial, responde al sueño de vivir en un sistema monetario que no controlen los bancos y con transacciones internacionales no sujetas a impuestos. La realidad es que todos los gobiernos, incluido el de España, persiguen controlarla y que los bancos no han tardado en vigilar su desarrollo y estudiar cómo beneficiarse del blockchain. Pero se han usado como incentivo del comercio como monedas sociales.