El psicólogo juvenil Jordi Maurici, que atiende casos no judicializados de violencia filioparental, mantiene que casi todas las agresiones se producen en momentos de «pérdida de control» por parte del hijo, debido a «problemas de autorregulación emocional» y a una «escalada de tensión con los padres».

Durante estos episodios, a menudo asociados a «trastornos de control de los impulsos», el hijo, en lugar de agredir a la madre, también podría haberse roto la mano «dando un puñetazo contra la pared», razona Maurici.

Los expertos coinciden en que los casos en que los menores no experimentan ningún remordimiento después de pegar a sus padres, son pocos. Pero con independencia de si toman o no conciencia después de perder los nervios, cuando se convierten en una amenaza, hay que poner límites externos, acudiendo al Servicio de Urgencias o incluso avisar a la policía, aconseja Maurici.

Herrador y Cano apuntan que la solución a los problemas de violencia filoparental también pasan por un trabajo que los implique a todos. Porque, a pesar de que ninguno de ellos haya sabido hacerlo mejor para evitarlo, «todos están actuando mal y todos están sufriendo». Es entonces, cuando la deriva ha conducido a un callejón sin salida, cuando tal vez no quede otra opción que denunciar al hijo.

En el 2016, último año del que se dispone de datos judiciales, se produjeron 4.030 medidas de internamiento para menores en España: 571 en régimen cerrado, 2.787 en semiabierto, 186 en abierto y 468 bajo vigilancia terapéutica.