Fiyi, un pequeño estado insular del Pacífico, un territorio amenazado por el aumento del nivel del mar y la salinización, es desde hoy una de las esperanzas en la lucha internacional contra el calentamiento global. La isla debería haber acogido la nueva cumbre del cambio climático, tal como se acordó en la anterior conferencia, pero por motivos logísticos más que obvios se cedió la organización a Bonn, la antigua capital de la República Federal de Alemania y sede principal de la Convención de la ONU sobre Cambio Climático (Unfccc). Fiyi, no obstante, mantiene la presidencia de las negociaciones con su primer ministro, Frank Bainimarama.

Y está dispuesto a dar guerra. A salvar sus tierras.

Es la primera vez que una isla del Pacífico preside una cumbre del clima -o COP, como son conocidas en siglas-. Y este protagonismo permitirá sin duda amplificar la voz de los pequeños estados isleños, países que a pesar de tener muy poca responsabilidad en la emisión de gases serán, más que previsiblemente, los más afectados por los cambios climáticos con riesgo incluso de desaparecer.